22 dic 2016 Un camió negre
Un mercado navideño y un camión negro. Un lugar con mucha gente y un vehículo convertido en arma. Nada más. No es necesario nada más para que el país de Europa que ha acogido más refugiados de Siria se desdiga de las políticas de un gobernante que no ha escondido la cabeza bajo el ala y ha tenido coraje y sentido de la responsabilidad. El viejo relato progresista de la culpa occidental no sirve: sin participar en ninguna invasión también te puedes convertir en objetivo de los fanáticos. Merkel ha sido la campeona del espíritu de acogida y hoy debe combatir, a la vez, el terror y el ascenso del populismo xenófobo. Un camión negro contra la gente que pasea y –de golpe– desaparece la grandeza. Cuando mi padre era chaval, en plena posguerra española, circulaba la leyenda del coche fantasma, que secuestraba niños para sacarles la sangre. Ahora tenemos el camión negro utilizado por el Estado Islámico, pero no es ningún rumor. ¿Pondremos policía en todos los mercados navideños del Viejo Continente?
El terrorismo busca una reacción muy determinada de los poderes democráticos y golpeará hasta conseguirla. La reacción que más se parezca a la negación de los valores que informan las sociedades abiertas. El terrorista quiere que la política democrática se traicione a sí misma. Entonces, si eso se produce, nuestro principal problema no sería el terror sino nuestros gobiernos. Trump podría ser, en este sentido, el ejemplo más claro de esta mutación, que empezó el día que dimos por buena la prisión de Guantánamo –todavía abierta– y miramos hacia otro lado. En esta tormenta perfecta, los fanáticos consiguen su objetivo: rompernos y llevarnos a las formas más primarias de organización, la pura supervivencia, la muralla perpetua. Todo lo que amamos –la libertad, la solidaridad, la justicia, el bienestar– pierde sentido y sólo vemos la trinchera. Todo lo que ellos odian desaparece de facto, y nosotros dejamos de ser lo que pensábamos ser. Ellos ganan.
Hasta ahora, hemos pensado un poco en cómo el terrorismo yihadista nos quiere cambiar la vida. ¿Qué dejaremos de hacer ante esta amenaza? Hemos pensado, pero sin estresarnos: no podemos mantener una atención constante sobre un enemigo invisible, se impone la rutina, todos nos decimos “a mí no me tocará”. Nos han atemorizado poco, porque el pragmatismo es un buen antídoto contra el pánico. Hay que seguir cogiendo el tren cada mañana, no hay otra opción. No somos héroes, somos gente corriente. Mientras nos perdemos en estas cavilaciones, nuestros gobernantes se hacen pequeños: Merkel se hace pequeña y, con ella, también empequeñece el ideal de una política creíble; en cambio, no podemos decir que Rajoy empequeñece, porque hay gobernantes que nunca han crecido, que nunca han salido del rectángulo, que nunca han dicho ni hecho nada que vaya más allá de la gestión anestésica de los tiempos. Vivimos una lucha desigual entre políticos que disminuyen y payasos que toman vuelo. Los populistas han aparecido como actores con un pedestal portátil, para señalar que los políticos convencionales son pequeños, son dudosos y se esconden. El populista parece más alto porque grita más.
Seamos sinceros: estábamos preparados para morir en una guerra nuclear pero no para morir aplastados por un camión en un mercado navideño mientras elegimos un regalo para el cuñado. Hablo, cuando menos, de la gente de mi generación. Lo he comentado con antiguos compañeros de la EGB: la guerra fría nos formateó y nuestras expectativas del horror pasaban por una destrucción apocalíptica que limitaba al sur con El planeta de los simios y al norte con El mecanoscrit del segon origen. Pero el desierto nuclear era una posibilidad tan extrema como improbable y eso nos daba seguridad y confianza. La ciencia ficción nunca se convertiría en realidad. Nos hemos hecho mayores y el yihadismo nos coloca en una aventura de mierda, una aventura que no estaba prevista, y ante la que no sirven los manuales que habíamos leído. El objetivo de este terrorismo es destruir nuestra sociedad para establecer el Califato universal. A veces, creo que todo es una pesadilla, que no es real, que no es posible que la suerte de todos dependa de una idea tan pobre como tóxica. Parece el argumento de una mala novela.
He escrito que los políticos europeos se hacen pequeños. Ellos no saben qué hacer, como no lo saben tampoco algunos supuestos sabios que comentan el panorama como si flotaran por encima del bien y del mal. Por ejemplo, Merkel tenderá a negar a Merkel porque las urnas señalan horas inciertas, y algunos analistas serán felices porque podrán exhibir la profecía auto-cumplida como el trofeo de los ciegos en el país de los pigmeos. Lo que hay detrás del atentado del camión negro contra el mercado navideño de Berlín pone en crisis demasiadas cosas y nos obliga a revisar con atención todo lo que se ha dicho y hecho desde el 11 de septiembre del 2001. Ya lo apuntamos después de los atentados de París de noviembre del año pasado. Sabemos explicar qué pasa, pero no sabemos qué hacer para que deje de pasar. Va para largo.