06 ene 2017 A la meitat del camí
La mañana del día de Reyes es un homenaje que la poesía rinde a la fe. Los anuncios de colonias han ocupado el lugar de los poetas y los libros de autoayuda el lugar de los sacerdotes, pero el 6 de enero sigue siendo un momento para creer. No hablo de los creyentes de todo a cien –millones de consumidores–, sino de otro tipo de creencia, estimada como la posibilidad de atravesar el espejo o –si somos más pop– usar las entradas secretas de las historietas de Mortadelo y Filemón. Por azares biográficos y biológicos estoy obligado a creer –incluso a pensar– que cada mañana del día de Reyes todo recomienza, y que Dios –si existe– es un operador de cabina que tira la película con aquella mezcla de profesionalidad, rutina y secreto que corresponde al oficio. Por lo tanto, nunca he sabido si los regalos son para insistir en la magia o para advertirme que el tiempo pasa rápido.
¿Dónde está exactamente la bisagra del viaje? Los Reyes Magos no responden a eso. Tienen otras tareas. Dante, al principio de la Divina Comedia, escribe: “En medio del camino de nuestra vida / me encontré por una selva oscura /, porque la recta vía era perdida”. En el siglo XIV, la esperanza de vida era menor que hoy, la mitad del camino se situaba cerca de los treinta y tantos. Ahora, la mitad del camino es más tarde, estadísticamente hablando. Dicho esto, constato que medio siglo de ruido no ha roto el silencio expectante de las primeras horas de la mañana de esta jornada. Diré que todo gira todavía, y la claridad entra en la habitación como el viajero sin equi-paje. Hemos dejado fuera todas las palabras que cortan, hemos firmado la tregua efímera con los embajadores de la rabia, hemos simulado que no somos la guerra. Diré –miento– que vivimos esta función como si fuera la primera vez.
El carbón y los duros de chocolate. Y las cajas envueltas. Y el trozo de cordel que han olvidado los pajes. Y las sombras que observan escépticas los adentros de nuestras –digamos– esperanzas o apuestas, con las luces del espeleólogo y la paciencia del arriero. Sombras malnacidas, sombras desafiantes, siempre a punto de hacerse pasar por recuerdos de primera clase o tráilers de otras vidas. Los Reyes han pasado y le han dado cuerda al reloj que llevo a la espalda, como un muñeco de lata comprado en Cal 65 una tarde del invierno de 1974. Nos dan cuerda, hasta que el muelle se afloja o se rompe.
Los Reyes se han sentado en el sofá, lo noto. Y se han bebido aquel whisky de malta –son muy cabrones– que yo guardaba para las grandes ocasiones. ¿Es hoy la gran ocasión o sólo un rellano más? No lo sé. Los Reyes –es extraño– tienen el rostro de mis amigos, incluso hacen sus gestos y dicen sus frases. Tengo suerte de no fumar, porque hoy bajaría a comprar tabaco y –con el permiso de ustedes– tal vez me perdería.