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Francesc-Marc Álvaro | Si Pallach tornés
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19 ene 2017 Si Pallach tornés

El miércoles 11 de enero se cumplieron cuarenta años de la muerte de Josep Pallach, político y pedagogo que desapareció justo cuando la transición cogía impulso. ¿Cómo habría influido en la historia reciente aquel catalanista y socialista democrático que tenía todos los atributos del líder nato? Nunca lo sabremos. Este ejercicio de historia ficción es atractivo, sobre todo en medio de un paisaje marcado por el descrédito de la política, el colapso del autonomismo, la pérdida de peso del PSC, la moda de los populismos y el triste final de Jordi Pujol. ¿Qué diría y qué haría hoy Pallach? ¿Dónde estaría? Son preguntas imposibles. Porque van ligadas a otras cuestiones, también sin respuesta. Por ejemplo: ¿habría disputado Pallach la presidencia de la Generalitat al líder convergente? ¿Habría conseguido articular un socialismo catalán fuerte desvinculado del PSOE? ¿Habría construido un centro-izquierda lo bastante amplio para ocupar el espacio de CiU y de ERC? ¿Habría tenido a Maragall de competidor o de aliado? Ya lo hemos dicho: la historia contrafactual o virtual es apasionante –imaginen a Pallach gobernando Catalunya– pero no deja de ser una suma de conjeturas. Pallach vive en la memoria de los que lo conocieron y, desgraciadamente, es un gran desconocido de las nuevas generaciones, una parte de las cuales se sienten seducidas por doctrinas oxidadas pero empaquetadas como material nuevo.

Cuando leo papeles sobre Pallach me sorprende constatar de qué manera fue incomprendido por muchos de sus coetáneos y cómo algunos intentaron desacreditarlo, porque no encajaba en la plantilla ideológica y de intereses de unos tiempos de simplificaciones y trazo grueso. Su esposa, Teresa Juvé, lo explicaba así en una entrevista de Pere Baltà: “Nadie se atrevía a decir aquellas cosas. La palabra socialdemócrata irritaba a los más radicales. Hasta los que iban de centristas y después han resultado ser de la derecha más absoluta miraban de no excitar la ira de los ­comunistas que dominaban los mecanismos de la paralegalidad y tenían infiltrados los medios de comunicación propiedad de la derecha. Los utilizaban como punta de lanza para atacarlo constantemente. Ahora no vale la pena denunciarlo. Es evi­dente que los promotores de aquellas campañas contra mi marido han quedado desautorizados. Leer los periódicos y ­encontrarte constantemente aquellos artículos era descorazonador”. Según Joaquim Ferrer, que formó parte del partido de Pallach, “durante los últimos años fue atacado duramente por los comunistas y por sus compañeros de viaje. Fue calumniado. Unos y otros ­asediaron duramente el PSC-Reagrupament. Se añadió a ello el PSOE, que quería un socialismo catalán subordinado”. Estos testigos invitan a reflexionar sobre cosas de rabiosa actualidad como el trato que da la cúpula de Ferraz a los socialistas catalanes, la construcción de supuestas hegemonías, la voluntad de destruir determinadas figuras públicas o la coincidencia estratégica de varios sectarismos contra ideas y personas que les molestan. Somos un país pequeño, pero con una alta densidad de mala sombra.

Pallach y la Catalunya “devoradora de hombres”, en expresión de Gaziel. Pallach y los odios de la tribu. Pallach y la dificultad que tienen los que quieren hacerse escuchar sin caer en formas santurronas y en efectismos de mal teatro. Una parte de nuestra sociedad –durante los años setenta y hoy– prefiere oscilar entre el maquiavelismo de noria y la sentimentalidad hipermoralizante. El análisis autocrítico es percibido como una debilidad o una deserción cuando es todo lo contrario, es el único camino para intentar fabricar victorias y anticiparse a acontecimientos que limitan el campo de las decisiones.

Pero eso exige ciertos atributos o talentos por parte de los que se ponen al frente de la gente. Amadeu Cuito, estrecho colaborador del líder nacido en Figueres, ha escrito que Pallach tenía las dos condi­ciones básicas del buen político: la tena­cidad y la intuición. “En todo momento –remarca Cuito–, sabía formular y pro­poner, entre todos los posibles, el objetivo más beneficioso para su país”. Esta personalidad se completaba con una actitud que hoy es revolucionaria: “Nunca nadie le oyó dar lecciones de moral. Ni en nombre de su partido, ni en nombre de sus ideas, todavía menos en nombre propio. Predicaba con el ejemplo, en silencio”. Hoy abundan los charlatanes con lagrimita.

Los que trataron a Pallach coinciden en subrayar su honestidad, su austeridad y su claridad. Decía lo que hacía y hacía lo que decía. Pallach no jugó a las imposturas y lo pagó caro. “Bombero del capitalismo” era el calificativo más suave que le dedicaban. En un tiempo esencialmente antipolítico como el nuestro, tampoco lo tendría fácil. Él, que militó en el POUM y que formó parte de la resistencia contra los nazis, quizás debería soportar las lecciones de los revolucionarios de salón; él, que era un catalanista sin sucursalismos, quizás tendría que escuchar los reproches de los que confunden la prisa con el coraje. Pallach, otra Catalunya. Imprescindible.

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