24 feb 2017 Teràpia de xoc Mamet
Blesa y Rato han sido condenados a penas de prisión por el caso de las tarjetas black. Veremos cuánto tiempo pasan, finalmente, entre rejas. Hay la sensación –bastante fundada– de que la corrupción política comporta más pena mediática que de la otra. Urdangarin –libre y sin tener que pagar fianza– podría dar lugar a muchas tesis doctorales sobre esto. Sin embargo, al observar la corrupción en los partidos y las instituciones públicas, acostumbramos a cometer un grave error: siempre ponemos la vista en el corrupto y muy pocas veces en el corruptor, que es el colaborador imprescindible para que los trapicheos sean una realidad habitual. Les propongo una terapia de choque para ir cambiando la perspectiva.
Vayan al Poliorama a ver Muñeca de porcelana, traducción al español de una obra de David Mamet, con un José Sacristán –en el papel de millonario corruptor– que les recordará muchas figuras grandes y pequeñas del pesebre local. La originalidad del dramaturgo norteamericano es proponernos una disección –no sé si poco o muy empática– del corruptor que ha conseguido durante años que todo el mundo baile a su son. Hay muchas ficciones literarias que se dedican a retratar al corrupto, pero muchas menos que hablen de los que hacen posible que la virtud del gobernante sea una mercancía por subastar. Diría que el corruptor es el gran desconocido, lo cual es paradójico. Por eso este montaje teatral resulta tan oportuno y tan higiénico.
Lo que me fascina de Mickey Ross –el magnate crepuscular y arrogante que Mamet ha creado– es su tremenda inocencia. Sí, inocencia, no se extrañen. Lo que domina su temperamento es la inocencia, por debajo de las rígidas capas de cinismo macerado que el personaje exhibe en todo momento, sobre todo cuando se refiere a los “politiquitos” que ha ido comprando a lo largo de su periplo. Politiquitos que él ve como si fueran mariposas exóticas de una colección, clavadas en una caja que se muestra a las amistades. En el fondo, el corruptor piensa que su inversión es para toda la vida, es un hombre de fe sin saberlo.
Los tipos como Ross –en Nueva York, Madrid o Barcelona– se sienten inexpugnables porque confían en la solidez eterna de la barricada que han fabricado con dinero, favores, silencios y amenazas. Confían, por encima de todo, en su capacidad de generar temor y amor. Eso les hace parecer más fuertes de lo que realmente son. Pero esta barricada es una obra humana y, como tal, está sometida al azar, la necesidad y el capricho de los otros. Impunidad no es lo mismo que tranquilidad, ni de lejos. Llega un día en que quizás ya no dan miedo. La fábula de Mamet nos advierte de la fragilidad de quien siempre pone el precio a todo.
Mientras veía a Sacristán haciendo de Ross en el escenario del Poliorama no podía dejar de pensar en Fèlix Millet.