17 abr 2017 Bonvehí com a símptoma
Las desconfianzas entre convergentes y republicanos no son novedad, ni lo es la constante vigilancia que ejercen unos y otros dentro del Govern y Junts pel Sí para ver cuál de los dos socios se arruga primero ante las dificultades para celebrar el referéndum. Tampoco es nuevo que los dirigentes independentistas pronuncien un discurso público muy optimista mientras que, en privado, admiten con realismo las dificultades para poner las urnas con el Estado en contra. Lo que sí es nuevo es la voluntad de la dirección del PDECat de amplificar las reyertas con ERC, incluso invocando la Fiscalía, organismo que es punta de lanza del combate contra el derecho a decidir. Como también es nuevo que Puigdemont haga explícito –vía Twitter- que no comparte las previsiones de la cúpula de su partido.
La filtración de una conversación de David Bonvehí –secretario de organización del PDECat- con cargos municipales en Manresa (presuntamente hecha por los republicanos) ha generado un episodio extraño y penoso que se puede leer como síntoma de varias cosas. Primera: exceso de ingenuidad y poca experiencia de ciertos actores que tienen tareas delicadas. Segunda: formulación deficiente de escenarios futuros, ejercicio imprescindible que exige más rigor en el uso de las palabras. Tercera: intensificación de la competición –no siempre limpia- entre ERC y PDECat con vistas a establecer una narrativa de reproches ante un eventual colapso del proceso. Y cuarta: falta de unidad entre las dos fuerzas que gobiernan Catalunya y que han asumido un reto sin precedentes. Si se hubiera filtrado la grabación de alguno de los encuentros que Junqueras ha mantenido y mantiene con las élites de Madrid y Barcelona, el espectáculo sería todavía más interesante. Como lo sería la filtración de algunas conversaciones recientes de altos cargos de ERC con Carles Viver, sobre las consecuencias penales de impulsar tal o cual medida.
Detrás de estas peripecias, está el error más grave de los dirigentes de Junts pel Sí: no admitir la noche del 27-S que el buen resultado del independentismo no era tan amplio, estable y rotundo como se esperaba, análisis que sólo formuló Baños, en un ataque de sinceridad que no gustó a sus correligionarios de la CUP. Había que reescribir la hoja de ruta sin renunciar al objetivo final, pero se impuso el miedo a asumir que se necesitaba más tiempo y más votos. Ni Mas ni Junqueras quisieron hacerlo, para no ser tildados de “procesistas” o “traidores”. PDECat y ERC son prisioneros de este miedo a la complejidad, con una diferencia importante: mientras Junqueras lidera una opción que todas las encuestas hacen ganadora, Puigdemont va por libre y no quiere seguir. ¿Será compatible un final que no sea visto como rendición independentista con un discurso público tan realista y matizado como el que hacen en privado los que toman decisiones?