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Francesc-Marc Álvaro | Indiferencia y libertad
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15 nov 2019 Indiferencia y libertad

Qué pensábamos cuando eso sucedía? Hace pocos días, los medios hablaron profusamente del trigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín y predominaron las evocaciones nostálgicas y los análisis más o menos profundos (también oportunistas) sobre el futuro de la democracia, los caminos del capitalismo y lo que se llamó “el fin de la historia”. Ahora bien, he echado de menos algún papel que hiciera referencia al factor moral que hizo posible ese muro de grandes dimensiones durante décadas: la indiferencia.
 
¿Qué pensábamos cuando eso sucedía? Los que nacimos en plena guerra fría crecimos acostumbrados a la existencia de dos Alemanias, separadas por una frontera como la fortaleza de un castillo medieval. Esas paredes tan altas y esos fosos, esos vigilantes con perros, todo tenía un objetivo: evitar que los ciudadanos de la RDA pudieran huir del régimen totalitario donde tenían que vivir forzosamente. El mundo habitual de mi infancia y juventud, un panorama que había generado una enorme indiferencia. El mundo era como era, y parecía que nada cambiaría. No pensábamos mucho, a los dieciocho años, en los alemanes que se arriesgaban a ser abatidos por los tiros de la policía si saltaban el Muro, hartos de soportar ese paraíso . Éramos, en general, indiferentes a todos esos europeos que habían quedado al otro lado del telón de acero. Como la mayoría de franceses, ingleses, alemanes y otros fueron indiferentes siempre al hecho de que España fuera gobernada por un dictador.
 

No pensábamos mucho en esos europeos que habían quedado al otro lado del telón de acero

 
Las imágenes de la gente anónima cargándose el muro de Berlín a mazazos produjeron alegría e incluso euforia en nuestro país, pero era un sentimiento incoherente con la espesa indiferencia fatalista con la que habíamos aceptado aquel mapa gris. Después de la sorpresa vino la celebración pero, en realidad, no teníamos derecho a celebrar nada, porque colectivamente –y salvo nobles excepciones– no habíamos hecho nada para que los alemanes del Este (y los checos, y los polacos, etcétera) pudieran tener otra vida, lejos de ese poder que controlaba hasta los detalles más pequeños de la existencia.
 
Hemos construido un relato de la caída del Muro donde predomina la sorpresa ante el imprevisto, una peripecia que no había considerado ningún experto y que no figuraba en ­ninguna carpeta de los servicios de ­inteligencia de la época. Hay un nexo evidente entre nuestra indiferencia y la sorpresa general que causó la historia desbocada y sin pautas. Pensemos en ello: las indiferencias de hoy serán quizá las libertades de mañana.

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