10 ene 2020 El maestro Baldoví
El diputado valenciano Joan Baldoví ha comprobado que decir su profesión –maestro, profesor– ha sido motivo de burla y ataque desde los escaños de la derecha en el Congreso. El político de Compromís se ha preguntado si provocaría tanta risa que hubiera dicho que tenía otra profesión, con más glamur a ojos de según quien. Esta escena parlamentaria fue triste, muy triste, porque proyectó un clasismo estructural –instalado en determinados sectores– que quizá dábamos por extinguido. Y pusimos los ojos en el retrovisor. En el imaginario de las clases populares (antes de la posmodernidad), el maestro era una figura admirable que tenía autoridad porque tenía la llave de la emancipación personal y el secreto de un progreso que no tenía que ver con fortunas ni linajes. En cambio, en el imaginario de las clases privilegiadas, los maestros eran unos empleados más, a veces sospechosos de introducir ideas que impugnaban el statu quo y los poderosos. La mutación de ciertos valores en la clase obrera y las clases medias precarias ha resquebrajado la autoridad del maestro, algo que viven y gestionan cada día muchos docentes.
Esta anécdota de Baldoví no es un asunto menor. Y forma parte de la misma perversión conceptual que disculpa las maneras arrogantes, clasistas, fanáticas, rancias y agresivas de algunos políticos con la excusa de que “es una persona muy preparada intelectualmente”. Tener estudios superiores no otorga licencia para tratar a los adversarios, los votantes de otras opciones y los que te llevan la contraria como una mierda. Pasar por la universidad no regala talento para el juego político. Todos tenemos en mente algunas gentes engalanadas con muchos títulos académicos que son un desastre político, con fracasos muy sonados cuando se han presentado a las elecciones o han intentado llegar al poder.
Cada gesto de desprecio en el teatro político es una rendija por donde entra la barbarie
Vayamos a los clásicos, ahora que todo parece de chichinabo. Albert Camus lo resumió mejor que nadie: “El fascismo es el desprecio”. Cada gesto de desprecio en el teatro político cotidiano es una rendija por donde entra la barbarie, como si fuera lo más normal. Camus escribe eso en Cartas a un amigo alemán : “Me atrevería a decirle que luchamos precisamente por matices, pero por unos matices que tienen la importancia del propio hombre. Luchamos por ese matiz que separa el sacrificio de la mística; la energía, de la violencia; la fuerza, de la crueldad; por ese matiz aún más leve que separa lo falso de lo verdadero y al hombre que esperamos, de los cobardes dioses que ustedes soñarán”
Muchas gracias, profesor Baldoví.