13 feb 2020 Misterios catalanes de hoy
Hay datos que marean: el último sondeo de GAD3 para La Vanguardia indica que sólo un 30,1% prefiere “un referéndum sobre la independencia” para resolver el conflicto Catalunya-España, a la vez que el apoyo a los partidos independentistas se acercaría al 50% en las futuras elecciones catalanas y estos tendrían más de la mitad de escaños del Parlament. La paradoja aumenta cuando se pregunta directamente a los encuestados qué votarían en un referéndum sobre la independencia: el sí a la secesión obtiene un 44,1% mientras que el no alcanza el 48,9%. Esto sucede junto a otro dato relevante, según la misma encuesta: el bloque de la derecha españolista (Cs, PP y Vox) recula diez puntos respecto al 21-D del 2017.
Misterios catalanes difíciles de descifrar. Como ha escrito el amigo Manuel Cuyàs, “lo entendería mejor al revés: suben los que quieren la independencia y bajan los partidos que la defienden”. Sobre todo teniendo en cuenta que –el sondeo también lo dibuja– hasta un 61,1% suspende la gestión del Govern, integrado por los dos mismos partidos que revalidan la confianza de su electorado. ¿Cómo debe interpretarse?
La paradoja es que el independentismo tiene más fuerza y apoyo que la idea de la independencia
Hipótesis primera: el votante que se ha pasado al independentismo los últimos años no tiene incentivos para abandonar este espacio y eso hace que las transferencias de voto se produzcan dentro del bloque: baja un poco JxCat y crecen ERC y la CUP. ¿Por qué el votante independentista decepcionado con los suyos no contempla votar a comunes o socialistas? Porque pesan demasiado las ambigüedades que emite el espacio de Unidas Podemos respecto de la cuestión catalana y, en el caso del PSC, porque la sombra del 155 es alargada y ERC ha pescado ya todo lo que podía entre las bases socialistas más proclives a desmarcarse del vínculo con el PSOE.
Hipótesis segunda: el votante independentista ha entendido que la etapa excepcional vivida desde otoño del 2017 (dominada por la represión policial y judicial) disculpa a los políticos de JxCat y ERC de la mala gestión gubernamental, de los errores, de los discursos equívocos y de las pugnas cainitas. Lo que sería motivo de castigo electoral en un contexto normal se asume por el votante independentista como un elemento secundario, que no altera las preferencias. El conflicto de fondo es el elemento determinante para los concernidos por el soberanismo, más que cualquier otra consideración, sobre todo porque son conscientes de que todos los comicios se convierten en una prueba de esfuerzo que sirve para medir la continuidad y la robustez de este movimiento.
Llegamos al nudo. A partir de este sondeo, se podría concluir que los políticos independentistas, a pesar de sus resbalones, disfrutan de más prestigio que la misma idea de la independencia, lo cual, a su vez, esconde una nueva paradoja: por ahora, es clamorosa la ausencia de una propuesta alternativa a la creación de un Estado catalán independiente que, formulada desde Madrid, sea lo bastante atractiva y competitiva para invitar a una parte significativa de los independentistas a repensar su posición. Pregunta obligada: ¿es la experiencia fallida de octubre del 2017, con violencia del Estado incluida, lo que evita que crezca el número de síes a la independencia o es la actitud exhibida por los políticos independentistas al concretar su ideal? ¿Qué pesa más?
El independentismo tiene más fuerza y apoyo que la idea de la independencia. El titular es desconcertante. Esta es la fotografía que hace GAD3, cojámosla con precaución, pero tengámosla presente. Algunos responderían que esto es un éxito de lo que denominan procesismo, que vendría a ser la versión domesticada –dicen– del independentismo. Otros quizá verían en esta contradicción la consolidación del independentismo como proyecto de revisión profunda (rupturista) de los consensos forjados durante la transición y la expansión de una cultura republicana de nuevo cuño, que, en el conjunto de España, Podemos prometió pero ha guardado al llegar al poder. Y tampoco hay que descartar que se trate de una inercia y de una continuidad histórica, que regala al nuevo independentismo (haga lo que haga) el viejo espacio del catalanismo político, ampliado por el republicanismo y por el anticapitalismo, en una suma de tradiciones que las reinventa a la luz del siglo XXI. La pregunta persiste: ¿independentistas elegidos para gestionar qué exactamente?: ¿la postautonomía, el prefederalismo o una fórmula inédita de cosoberanía?
Así las cosas, resulta esotérico discutir sobre el pragmatismo como si este fuera el coronavirus que destruirá a los que lo abrazan. Elsa Artadi, del núcleo de confianza de Puigdemont, ha dicho que “el independentismo pragmático es el más mágico y el menos práctico de todos”, una afirmación que quería descalificar a los socios de ERC pero que puede convertirse en un bumerán hiriente, teniendo en cuenta que la desobediencia institucional empieza y acaba con una pancarta. Y teniendo en cuenta también que la mesa de diálogo (a la que el president Torra se sentará) nace de un ejercicio de pragmatismo tan radical como inevitable en estos momentos.