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Francesc-Marc Álvaro | Entre Madrid y Perpiñán
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24 feb 2020 Entre Madrid y Perpiñán

Si no ocurre nada a última hora, el miércoles, en Madrid, se celebrará la primera reunión de la mesa de diálogo entre gobiernos para abordar el conflicto catalán. La parte que lidera Sánchez llega al encuentro cohesionada y con una idea clara de los límites del terreno de juego (las declaraciones del ministro Castells son elocuentes en este sentido) mientras la parte que lidera Torra llega enfrentada y con tantas discrepancias (por ejemplo, las palabras del exconseller Puig desde Bruselas o las de Forcadell desde la cárcel) que cuesta descifrar el hilo de la estrategia que se quiere desplegar. Además, hay algo obvio que sobrevolará la cita: el presidente español tiene autoridad para asumir esta empresa, pero el president es una figura en retirada, cuestionada y por libre, al margen incluso de JxCat, coalición que tiene como líder a Puigdemont, sin sintonía en estos momentos con el president vicario, que tiene más ganas de marcar perfil propio que cuando fue investido.
 
Como apuntamos en su momento, la mesa entre gobiernos no podrá funcionar de veras hasta que se clarifique el panorama del independentismo, algo que no pasará –se supone– hasta que se hayan celebrado elecciones al Parlament, sin fecha todavía. Por lo tanto, eso implica que ERC y el PSOE deben conjurarse –no pueden hacer otra cosa– por llenar de contenido las reuniones de los próximos meses, en este extraño interregno de una legislatura agotada pero a la espera de fecha de caducidad. Estamos donde estábamos: la mesa existe porque Junqueras y Sánchez movieron ficha, y es trabajo de ambos evitar que la oportunidad fracase antes de empezar, zafándose como puedan de las inercias que mueven la actuación de Torra y JxCat, poco motivados –no esconden su actitud– a empujar este carro. La mesa de diálogo es la mesa de PSOE, Podemos y ERC con la presencia de JxCat como jugador tan necesario como imprevisible. Tres días después de la primera reunión de la mesa de gobiernos, el próximo sábado, Puigdemont hará una exhibición de fuerza desde Perpiñán, para empezar la larga campaña y para enviar un doble mensaje: hacia afuera, quiere hacer saber a ERC que no renuncia a nada y, hacia adentro, avisa al PDECat, a los posconvergentes críticos y a los que especulan con montar alguna candidatura (ya sean los de Poblet o los de Primàries) que no piensa regalar ningún espacio, en ninguna dirección. El mitin de Perpiñán también pretende fijar la siguiente idea-fuerza: no habrá negociación si Puigdemont queda al margen de lo que se hable en la mesa.
 

La mesa de gobiernos no podrá funcionar de veras hasta que se clarifique el panorama del independentismo

 
Entre Madrid y Perpiñán, entre la reunión del miércoles y el mitin del sábado, la política catalana está atrapada en un campo de fuerzas paralizante, generado por el choque diario de dos estrategias incompatibles: la de ERC y la de Puigdemont, que no son complementarias, aunque hay quien lo quiere creer. Cuanto más tardemos en votar en Catalunya, más riesgo de que la mesa de diálogo acabe siendo sólo un madero al que el náufrago se agarra para no ahogarse.

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