17 may 2020 ‘Tardis piulastis’, president
Mi amigo Xavier Orriols, músico y estudioso del folklore, utiliza a menudo un latinajo macarrónico que va como un guante a la trayectoria presidencial de Quim Torra: tardis piulastis , expresión que significa que alguien ha perdido la ocasión de hacer o decir algo. El hombre que al asumir el cargo, hace dos años, proclamó ser un “president en custodia” ha intentado ejercer con más efectividad y perfil propio desde hace nueve semanas, a raíz de la crisis de la Covid-19, como si la pandemia lo motivara a creerse, finalmente, un papel que él mismo rebajó a simple función vicaria. Torra lo ensayó desde el primer minuto de la emergencia, pero el mal ya estaba hecho. La prueba del algodón es que el president no tiene poder alguno para mover las piezas de su Gabinete, algo que ha intentado un par a veces. La última fue a raíz de la grave situación en las residencias de ancianos.
La paradoja es que Torra quiere ser president de veras precisamente cuando su sintonía con aquel que lo designó, Carles Puigdemont, ha perdido intensidad. Es sabido que las relaciones entre ambos se tambalearon a raíz de la manía de Torra de llevar la protesta de la pancarta en el balcón del Palau de la Generalitat hasta las últimas consecuencias, en contra del criterio de sus consellers y del líder exiliado en Waterloo. Durante la primera etapa de la pandemia, Torra no encontró el tono de los discursos, lo cual desfiguró las tesis del Govern, que estaban –en buena parte– en la línea de otras autonomías, como la de Euskadi. Después, el mandatario catalán se ha expresado con más contención y cintura, lo cual le ha valido, incluso, elogios inesperados de algunos adversarios. La defensa que Torra hace de las competencias de la Generalitat es justa y razonable, y ha tenido imitadores entre los presidentes de otras comunidades. Dos años después de tomar posesión, el president Torra es hoy una figura atrapada en una triangulación asfixiante: la gestión del coronavirus, la voluntad del Tribunal Supremo y la táctica de Puigdemont. Desde la Casa dels Canonges, ha decidido blindarse con un no rotundo a convocar elecciones. Este es su baluarte, sucedáneo de una autoridad y de un liderazgo que no ha tenido nunca, ni dentro ni fuera de su Ejecutivo. En contra del criterio de ERC, la actitud de Torra regala tiempo al puigdemontismo para preparar unos comicios que se celebrarán en un contexto que ya no tendrá nada que ver con el relato procesista. El reset que el independentismo legitimista no quiso hacer ante el fracaso unilateralista deberá hacerlo ahora, a la fuerza.
Dos años después de tomar posesión, el president Torra es hoy una figura atrapada en una triangulación asfixiante
Desde la perspectiva de la obra de gobierno, Torra no dejará ningún legado. Su etapa ha erosionado la dimensión institucional de la presidencia y, además, no ha tenido un proyecto claro. El estribillo de su periodo ha sido un mandato irreal, inaplicable, elevado a dogma. Quedará, quizá, su preocupación sincera por resolver los problemas generados por la pandemia, el momentum no previsto de una persona a quien Puigdemont no debería haber encargado nunca esta tarea.