22 oct 2020 Sorkin, Trapero y los 12 de Barcelona
Queremos fantasía? ¿La literatura, el cine, el teatro deben explicar la política como es o como nos gustaría que fuera? De momento, otra pregunta, más urgente: ¿hay un Aaron Sorkin en la sala? Hace falta que el autor de la celebrada serie El ala oeste de la Casa Blanca pase una temporada en Catalunya, para poder hacer la película imprescindible sobre el procés , que podría tener como hilo conductor la peripecia del mayor Trapero, que ha sido absuelto por la Audiencia Nacional.
He visto El juicio de los siete de Chicago , último largometraje de Sorkin, que cuenta el proceso contra los líderes de varios grupos (políticos, estudiantiles y contraculturales) que el verano de 1968 organizaron manifestaciones pacíficas en Chicago para protestar contra la guerra de Vietnam, aprovechando la celebración de Convención Nacional del Partido Demócrata. Durante esa protesta, se produjeron enfrentamientos graves entre manifestantes y policías, que cargaron sin contemplaciones. Coincidiendo con el cambio de presidente –Nixon había llegado a la Casa Blanca–, el nuevo fiscal general ordenó la imputación de varias personas a las que acusaron de conspiración e incitación a la violencia por esos hechos. La película de Sorkin muestra, de manera brillante, cómo se construye una causa general a partir de un relato oficial falaz, lleno de mentiras y de prejuicios. y destaca también la indefensión de unos acusados a los cuales el sistema ha condenado antes de entrar en la sala de vistas. ¿Les suena?
El autor de ‘El ala oeste de la Casa Blanca’ quizá no sería el mejor para rodar la película sobre el ‘procés’
Salvando todas las distancias, es inevitable que el espectador de El juicio de los siete de Chicago vaya encontrando paralelismos entre lo que se nos explica que vivieron figuras como Rennie Davis, Tom Haydn, David Dellinger, Abbie Hoffman o Jerry Rubin durante su juicio en Illinois, en 1969, y la experiencia de Cuixart, Sànchez, Junqueras, Forn, Forcadell, Rull, Turull, Bassa, Romeva, Mundó, Borràs y Vila durante el juicio del procés , en el Supremo. Por cierto, excepto uno, los acusados de Chicago no sufrieron prisión preventiva. Ahora, que ya hemos conocido la sentencia de Trapero y la cúpula de la Conselleria de Interior, y la podemos comparar con la del Supremo contra los dirigentes independentistas, la sombra de la historia de Sorkin sobre la Catalunya actual es más intensa.
Pero no sé si Sorkin sería –como he dicho en caliente– el mejor para rodar la película sobre el juicio de los doce de Barcelona (o el biopic sobre Trapero), nueve de los cuales cumplen hoy en día largas penas de prisión, como sabemos. Visto el subtexto del conflicto catalán –policías patrióticas, un comisario de las cloacas, atestados imaginativos llenos de datos tácitos, fiscales abonados a la literatura, mandos que confunden percepciones personales con hechos– habría que encargar a otro este proyecto. Pienso, por ejemplo, en Eric Benzekri y Jean-Baptiste Delafon, creadores de la magnífica serie francesa Baron Noir , una fábula muy realista –bien calibrada– sobre el compromiso, la corrupción y el azar que mueven las aventuras de los que se dedican a la cosa pública. He conocido a algunos políticos que son una buena réplica del protagonista, Phikippe Rickwaert: la misma capacidad de vestir cómodamente la gabardina reversible del cinismo y la convicción.
Baron Noir, mucho más que cualquier obra de Sorkin, serviría de inspiración para hablar de lo que tenemos más cerca, un universo en descomposición en el cual un ministro dijo sin manías que “esto la Fiscalía te lo afina” y que “les hemos destrozado el sistema sanitario”. Sorkin, militando siempre en la compasión idealista ante las debilidades del servidor público, es demasiado fino y elegante para ocuparse del procés y de las cloacas del sistema español. En El ala oeste de la Casa Blanca , su creación canónica, vimos algún corrupto y algún idiota, pero nunca notamos que apestará a pies. La vaharada y la caspa de ciertas realidades que sufrimos no son fruto de ningún guionista, sino de la tradición mal digerida. Por eso, necesitamos autores más escépticos (¿desencantados?), y quien dice Baron Noir dice también Crematorio , serie española basada en una novela del valenciano Rafael Chirbes, descarnadamente fiel a la podredumbre local. De a la danesa Borgen no hablo, funciona bien, pero es de un costumbrismo demasiado light y previsiblemente catalán.
Soy un admirador devoto de Sorkin y sucumbí hace años –como tanta gente– al hechizo estilizado de El ala oeste de la Casa Blanca , una obra que ha hecho mucho daño entre periodistas, políticos, asesores y otras especies, que se han afanado por vivir lo que solo existe en la mente de este genial judío de Nueva York. El capítulo especial que ha rodado ahora para animar a los estadounidenses a votar me ha gustado, pero me ha dado la misma impresión que volver a un lugar donde habías vivido de niño: todo parece más pequeño, el magnetismo de ayer se ha desvanecido. Además, hoy ya hemos visto cosas que nunca habíamos pensado que veríamos. La promesa que esconden las rondallas de Sorkin no casa mucho con lo que nos ha caído encima.