26 oct 2020 Toque de pesimismo
Hay un tipo de líder –encantado de haberse conocido– que resume su manera de hacer con este lema: “prefiero pedir perdón que pedir permiso”. Este comportamiento prolifera en ámbitos privados de gran competitividad y ha sido copiado por algunas figuras políticas que confunden la arbitrariedad con la audacia. Ahora, sin embargo, vivimos tiempos que exigen todo lo contrario: nuestros gobernantes están obligados –más que nunca– a pedir permiso y perdón constantemente; la pandemia los lleva a tomar decisiones difíciles que, además, cuestan de aplicar y explicar. Tenemos nuevo estado de alarma hasta el 9 de mayo y, desde la pasada noche, se ha implantado el toque de queda, una medida que –por su denominación– nos conecta con el peor imaginario. El toque de queda coincide con una explosión de pesimismo entre los catalanes, según el último barómetro del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat.
Más que en las estimaciones de resultados electorales, vale la pena centrarse, esta vez, en otros datos de esta encuesta. Las cifras nos dicen que el pesimismo de la población es enorme ante la situación económica de Catalunya (el 75% la ve mala o muy mala) y del conjunto de España (casi el 87% la considera mala o muy mala). El cierre de negocios, el paro creciente y el temor ante un nuevo parón económico son motivos suficientes para un pesimismo muy denso, que se ve multiplicado por el hecho de que España se encuentra a la cola en gasto público para parar el trompazo. Constatamos que no se han hecho los deberes.
La política, que en la actual situación debería proveer de una cierta esperanza a los administrados, cae en picado
La política, que en esta situación debería proveer de una cierta esperanza a los administrados, cae en picado. Más del 80% califica negativamente la situación política de Catalunya y también la de España, y, si hablamos de los gobiernos, recibe todo el mundo: el de la Generalitat obtiene una nota del 3,9 y el Ejecutivo español no pasa del 3,5. Los políticos catalanes también suspenden (sacan un 3,8 en conjunto), igual que los políticos de ámbito estatal (sacan a un 2,7). Invita a reflexionar que el único dirigente que aprueba (con un 5,6) es Junqueras, encarcelado y sin responsabilidad institucional alguna. Para rematar, más del 81% dice sentirse poco o nada satisfecho con el funcionamiento de la democracia, a la vez que la preferencia por un sistema republicano llega hasta el 71%; la monarquía es la institución menos valorada cuando se pregunta sobre la gestión de la Covid-19, y solo tiene por delante a la Iglesia y los partidos, que también suspenden estrepitosamente.
La desafección democrática vuelve a cabalgar, ahora sobre el pesimismo que genera el coronavirus. Y este, a su vez, alimenta una desconfianza atroz hacia nuestros gobernantes, atrapados entre la responsabilidad, el miedo a ser impopulares, y un océano de incertidumbres que –a pesar de los datos de los expertos– convierten sus decisiones en un experimento sobre la realidad. En este contexto, resulta inconcebible (y una falta grave de respeto al ciudadano) que el electoralismo más pueril provoque constantes disputas públicas entre los dos socios del Govern. Da mucha vergüenza.