27 oct 2020 La fatiga del vecino
Mi vecino presenta mala cara. Es el rostro de la desconfianza y la fatiga más que del enfado. Mi vecino piensa que algunas medidas para evitar la pandemia no se entienden, no tienen sentido: por ejemplo, se implanta el toque de queda, pero, en el transporte público, la gente va como sardinas en lata. Tiene razón: eso no cuadra. Pero acepta todo lo que haga falta antes que volver al cierre total de la pasada primavera. “El toque de queda debe ser el mal menor”, va repitiendo, quizá para convencerse. A veces, pasa de la desconfianza a una fase previa a la indignación: “No soportaré encerrarme otra vez en casa, ni un mes, ni quince días, ni una semana, no podré”. Las palabras de la consellera Budó sobre posibles confinamientos de fin de semana –ejemplo de comunicación institucional mejorable– han sumido a mi vecino en estado catatónico, del cual nos ha costado Dios y ayuda sacarlo.
No hay una posición ideológica articulada en la actitud de mi vecino, nada más lejos de su comportamiento. Él no tiene nada que ver con los que se oponen por principio a las limitaciones de algunas libertades básicas para frenar los efectos de la pandemia. Mi vecino vive en el desconcierto, nada más. El discurso encendido de nuestros imitadores de los libertarios norteamericanos tiene la gracia de proveer una forma de oposición que gusta en las sociedades donde el poder es o parece cosa de otros. Más allá que todo el mundo tenga discrepancias sobre las medidas, la exaltación naif del individualismo máximo que se deriva de estas posiciones es una música que chirría, pensada para otras situaciones. El ejercicio de solidaridad práctica que debemos hacer pasa por renuncias temporales, que hay que justificar técnica y políticamente, obviamente. Y sobre las cuales debe haber debate político. Por eso vivimos en un sistema donde el Parlamento debe ejercer un control minucioso del Ejecutivo. Confundir la sana desconfianza hacia el Leviatán con el liberalismo cuñadista de poca monta es un gravísimo error.
Hay toque de queda, pero, en el transporte público, la gente va como sardinas en lata
La obediencia y la resistencia (verbal) de mi vecino a las reglas del nuevo estado de alarma no pueden explicarse desde coordenadas partidistas o doctrinales. Quien intente hacerlo, fracasará. No es que la crisis de la Covid-19 haya suspendido los programas políticos, por supuesto. Ocurre que experimentamos oscilaciones muy fuertes de una fatiga sin un horizonte final, lo cual nos hace ser confiados y escépticos a la vez, y todo es dinámico: el consentimiento de hoy puede ser la protesta de mañana, y viceversa. Mi vecino es Dr. Jekyll y Mr. Hyde.