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Francesc-Marc Álvaro | Un ataque pujolista
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10 nov 2020 Un ataque pujolista

Hoy, los que ensuciaron el domingo la fachada del Palau de la Generalitat con sangre animal y pintura roja son –tal vez– los únicos que creen que Catalunya es poderosa, que Catalunya tiene poder (si se me permite parafrasear la canción olímpica de Peret que decía lo mismo de Barcelona). Si somos rigurosos y exactos, este acto vandálico debería ser catalogado de ataque pujolista. Me explico: Jordi Pujol afirmó y repitió varias veces en sus veintitrés años como president que era un signo excelente de salud del autogobierno que la ciudadanía se manifestara y protestara frente al Palau, porque eso indica que la gente entiende la importancia de la institución en todo lo que le afecta.
 
Los atacantes –por lo visto vinculados al sector de la restauración– no tienen duda alguna sobre quién manda en Catalunya, cuando menos con respecto a las ordenanzas sobre la pandemia. No deja de ser reconfortante que alguien lo tenga claro, sobre todo cuando no hay president y, además, los consellers se sienten más solistas de jazz que integrantes de una orquesta de cámara. Si el doctor Argimon no existiera, nuestra orfandad sería como la de Charlton Heston en la escena final de El planeta de los simios.
 
Las manchas rojas en la fachada del Palau subrayan el momento triste de la autonomía
Las manchas rojas en la fachada principal de la sede del poder catalán semejan la feliz ocurrencia de un guionista sagaz, dispuesto a subrayar –mediante una metáfora apta para todos los públicos– el momento triste de una autonomía que tenía que ser la preindependencia y hoy corre el peligro de convertirse en una gestora de servicios básicos. Vivimos tiempos de gestoras: en la Generalitat, en el Barça y quién sabe dónde más. Las gestoras son instancias provisionales que han de salvar los trastos, son refugios. Una institución es otra cosa, necesita autoridad y debe proyectar solidez. De una gestora no se esperan grandes proezas, solo debe salir del aprieto sin mayores daños. Si las gestoras cogen protagonismo, significa que la autoridad está muy tocada y que hemos entrado en un territorio de plegarias y mercromina. Y cuando la autoridad se tambalea, los gamberros se sienten más valientes que nunca para atacar el patrimonio o lo que sea: no hay nadie protegiendo lo que es de todos. Todo vale.
 
El domingo pasó exactamente eso: los que decidieron lanzar globos con sangre y pintura contra la fachada del Palau de la Generalitat se recrearon cómodamente en su performance. No fueron obstaculizados de manera inmediata por los Mossos ni por la Guardia Urbana, como tocaría. El país de chichinabo ya tiene la foto perfecta que le pega.

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