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Francesc-Marc Álvaro | Pere Aragonès, el arquitecto de la rectificación
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30 ene 2021 Pere Aragonès, el arquitecto de la rectificación

Distancia cordial, mirada vigilante, ninguna sorpresa. La única conversación larga que he mantenido con Pere Aragonès –hace unos meses– me mostró a un hombre joven que quería proyectar dos cosas ante el interlocutor: soy un gobernante serio y no digo nada fuera de guion. Fue un encuentro decepcionante, porque uno estaba acostumbrado a los dirigentes de ERC de la vieja escuela: apasionamiento, gusto por la controversia, el poso de la pugna. Los que refundaron las siglas de Macià y Companys para convertirlas, a partir de 1989, en el partido de un independentismo nuevo iban más sueltos. Aragonès, candidato de ERC a la presidencia de la Generalitat, vino al mundo pocos días después de la gran victoria de González de 1982, cuando Pujol llevaba poco más de dos años gobernando y el veterano Barrera mandaba a los republicanos.
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Es casi seguro que, sin el colapso del procés y la condena de los líderes independentistas, este antiguo jefe de las juventudes de ERC no tendría hoy el protagonismo que tiene. ¿Por qué razones Oriol ­Junqueras elige a Aragonès como encargado general cuando él es encarcelado y su número dos, Marta Rovira, se va a Suiza, al exilio? Lo he preguntado a una docena de fuentes: Aragonès es la figura que tiene más virtudes para ejercer de arquitecto de la rectifi­cación estratégica de ERC, después del fracaso de la República ­fake del otoño del 2017. Tarea complicada. La debe hacer alguien ordenado y él lo es. Construirá el edificio dibujado en los planos de Junqueras. Tan eficaz como cuando imita a Montoro –te meas de la risa– o a otros políticos.
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Prefiere desmontar con paciencia las desavenencias que dejarlas explotar; eso explica su relación con Torra, llena de choques

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El líder republicano confía mucho en él, desde que lo tuvo como secretario de Economia cuando era vicepresident y conseller económico: es fiable, competente, está bien formado (licenciado en De­recho, máster en historia económica y proyecto de tesis doctoral sobre la Mancomunitat) y no pierde nunca los nervios. No le gusta el conflicto y prefiere desmontar con paciencia las desavenencias que dejarlas explotar; eso explica su relación con Torra, llena de choques. Con todo, cuando hace falta, baja a la arena: lo hizo al lado de Puigcercós contra Carod-Rovira, en una de esas guerras internas que hacían de ERC la casa de los líos perpetuos. Sabe detectar quién gana, se desmarcó pronto de la corriente crítica de Uriel Bertran, que ya hiperventilaba. Aragonès puede dialogar con todo el mundo, es un buen embajador para tiempos de paz, aunque ahora estamos en tiempo de posguerra y reconstrucción. Alguien que lo conoce mucho me cuenta que este rechazo al conflicto podría hacerle parecer un poco a Rajoy. Alguien más añade que es capaz de referirse al detalle más pequeño, con un nivel de conocimiento propio de los técnicos.
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Se dice que ERC está haciendo el papel de la antigua CDC. Operativamente, es cierto. Históricamente, no: los de Junqueras no se conforman con la autonomía. En este contexto, que el moderado Aragonès sea un hijo de la burguesía de Pineda de Mar –negocios hoteleros– con padre que había sido concejal convergente y esposa que había militado en las juventudes de CDC (y es amiga de Marta Pascal) ayuda a desactivar algunos prejuicios, aunque quizá alimenta otros, como cuando cuperos y comunes dijeron que el proyecto de ley de servicios a las personas –la conocida como ley Aragonès– es una herramienta de privatización. Para un socialdemócrata keynesiano admirador de Josep Pallach como Aragonès, el ataque es injusto. Para reivindicar la complejidad, recuerda que su abuelo fue el último alcalde franquista del pueblo y que también tuvo un bisabuelo de Esquerra Republicana y uno comunista, que tuvo que exiliarse.

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