08 mar 2021 Entre Prat y Companys
Qué día nuestros políticos nos hablarán sin utilizar la maqueta del pasado mitificado? Pere Aragonès, a preguntas de Lola García e Isabel Garcia Pagan, decía esto en estas páginas, ayer: “Me siento heredero de lo que representó la Generalitat de Macià y de Companys” y añadía: “Queremos recuperar la voluntad transformadora de aquellos presidentes de ERC”. Cualquiera que haya leído un poco de historia sabe que el mandato de Macià (president de escaso talante ejecutivo) fue demasiado breve para ser ejemplo de políticas públicas y también sabe que las dos etapas de Companys en el Govern no son precisamente espejos donde deba mirarse un gobernante contemporáneo, si no es para conjurar errores monumentales. Entiendo que, en un acto de partido, Aragonès haga guiños de este tipo, pero no cuando habla al conjunto del país, y menos después de unos días en que el papel del Govern en funciones ha sido manifiestamente mejorable, tanto si nos referimos a la ausencia del acto en Seat como a las declaraciones tardías sobre el orden público.
Son admirables los esfuerzos de Aragonès por alcanzar un equilibrio dificilísimo entre la promesa de estabilidad autonómica y la voluntad de presión sobre el PSOE y el Ejecutivo español. ERC entiende que la mesa de diálogo solo saldrá adelante si la gobernabilidad catalana convive con una capacidad real de mantener bien abierta la reclamación soberanista. Objetivamente, es así: Madrid no se moverá si no hay una incomodidad estructural que sea sostenida por todas las partes. Dicho esto, es un secreto a voces que la mesa de diálogo es un territorio incierto, y no tan solo por los “deberes pendientes del Estado”. También lo es porque las posiciones de ERC, Junts y la CUP son muy diferentes y no sabemos todavía cuál será la hoja de ruta de mínimos que acabarán consensuando antes de la investidura. No nos engañemos: no hay un independentismo, existen independentismos diversos que, hasta ahora, han sido incapaces de concertar una estrategia común y aplicable.
Aragonès parece un émulo ordenado del presidente de la Mancomunitat
Aragonès invoca solemnemente los espíritus de Macià y Companys, pero yo lo veo, a menudo, como un émulo ordenado de Enric Prat de la Riba. El presidente de la primera Mancomunitat y dirigente de la Lliga es una figura demasiado conservadora para los republicanos, pero su legado de buen administrador y creador de estructuras de gobierno tiene más relación con nuestro presente que el cromo de “la caseta i l’hortet” con el que Macià pedía el voto a unas clases populares atraídas por el marxismo y el anarquismo.
La crisis provocada por la pandemia y el debate sobre los fondos de reconstrucción europeos tienen más que ver con un momento fundacional reformista, como la puesta en marcha de la Mancomunitat (con consensos transversales sobre prioridades claras), que con un momento rupturista y de surgimiento de un nuevo orden, como la llegada de la Segunda República y la creación de la Generalitat moderna. Con poco tiempo, la Mancomunitat consiguió transformaciones considerables en sectores básicos, como la educación, la sanidad, las comunicaciones, el trabajo, la cultura, etcétera. Vivimos hoy todavía de aquel impulso lejano.