22 jun 2021 Indultos, un interruptor de uso obligado
Las dos mujeres y los siete hombres que el Supremo condenó a largas penas de cárcel por los hechos de octubre del 2017 en Catalunya salen a la calle indultados. Para muchos catalanes, estas personas nunca debieron estar presas, como nunca debió de chutarse a los jueces un conflicto de naturaleza política, algo que hoy está más claro que nunca, pues la valiente decisión del Gabinete de Pedro Sánchez es política, en el mejor sentido del término. Los líderes del procés cometieron muchos errores de concepto y de ejecución, merecen ser criticados severamente, pero ello no los convierte ni en golpistas -la Fiscalía no pudo demostrar esta categoría- ni en terroristas -palabra que algunos medios utilizaron sin vergüenza-, calificaciones que tratan de desfigurar el carácter pacífico del nuevo independentismo catalán. Todos ellos se expresaron y condujeron siempre al margen de cualquier violencia, algo que la prensa de todo el mundo pudo consignar.
Carme Forcadell, Oriol Junqueras, Joaquim Forn, Raül Romeva, Josep Rull, Jordi Turull, Dolors Bassa, Jordi Sànchez y Jordi Cuixart vuelven a vivir en libertad. El indulto pone fin a una situación que -como han señalado varias instancias internacionales- es muy discutible en un marco democrático. Estos indultos constituyen una condición necesaria, pero no suficiente, para encarrilar un imprescindible diálogo político que aborde la crisis catalana con imaginación, flexibilidad y luces largas. El mundo independentista sigue reclamando una amnistía para todas las personas que tienen causas abiertas relacionadas con el 1-O, así como para aquellos que, como el profesor Mas-Colell, son víctimas de la arbitrariedad desatada del Tribunal de Cuentas. Estos procesos irradiarán inestabilidad y malestar sobre los principales actores que se sentarán a la mesa del diálogo, una circunstancia que no es menor.
Los indultos no cambian nada pero lo cambian todo. Es decir, el conflicto catalán sigue abierto y pendiente de solución, pero sus principales figuras recuperan la libertad, aunque pese sobre ellos la inhabilitación para ejercer cargos públicos. Ello plantea muchas incógnitas sobre los liderazgos en el universo independentista. Habrá que recolocar las piezas principales, pues la cárcel obligó a una generación muy joven -la de Pere Aragonès- a llegar súbitamente a las máximas responsabilidades. Se han quemado etapas y biografías a gran velocidad
El espectáculo del tremendismo retórico roza lo grotesco, pero el carril de la desinflamación convoca a más gente de lo que parece
Junqueras seguirá ejerciendo como líder principal de ERC, algo que nunca ha dejado de hacer desde la cárcel, y Sànchez desarrollará su papel como secretario general de Junts, en coordinación con Carles Puigdemont. Asimismo, Turull (que ha tenido un gran ascendente en la elección de los conselleres de su partido) y Rull han dado varias muestras de su voluntad de mantenerse en la arena política, algo que el republicano Romeva también ha apuntado, al contrario que Forcadell. Mientras, Bassa y Forn no parecen tan predispuestos a prolongar sus respectivas carreras políticas. Finalmente, Cuixart, que no ha dejado de presidir Òmnium desde la cárcel y es una figura aceptada por independentistas de sensibilidades diversas, continuará al frente de la entidad catalanista con más socios.
Para las estructuras orgánicas de ERC y de Junts, el regreso a la vida normal de sus líderes hasta hoy encarcelados supondrá, quiérase o no, una ocasión para revisar equilibrios y repensar el reparto de tareas. Lledoners dejará de ser el centro de gravedad de las decisiones importantes. Así las cosas, con este cambio de rasante, la situación de los políticos exiliados -desde el expresident Puigdemont hasta la republicana Marta Rovira, pasando por todos los demás- adquiere una nueva tonalidad. Su libertad de movimientos plantea muchos retos para los impulsores de la estrategia posibilista dentro del campo independentista, y son unos actores que no pueden quedar al margen de lo que se negocie en la mesa de diálogo, aunque ello exija mucha discreción. Por otro lado, se multiplican los interrogantes sobre el futuro de estos dirigentes, que han logrado que el paraguas de las justicias belga, escocesa y alemana les haya protegido de las intenciones de la justicia española, que ha actuado a menudo con más cabezonería que inteligencia. Los exiliados del procés -dentro y fuera del Parlamento Europeo- seguirán siendo un problema para el Gobierno y para la justicia española.
Ha comenzado ya la lucha por encapsular los indultos con tal o cual narrativa, tanto en Madrid como en Barcelona. Para las derechas, los indultos son una claudicación de Pedro Sánchez o cosas mucho peores; para la ANC, la CUP y los independentistas más reacios al giro posibilista, los indultos son una sumisión, una derrota o una deserción. En ambos universos, se lanzan acusaciones solemnes de traición hacia la figura que se pretende abatir. El espectáculo del tremendismo retórico roza lo grotesco, pero el carril de la desinflamación convoca a más gente de lo que parece, y ahí están los barones más duros del PSOE asumiendo que su proyecto pasa por este gesto, aunque les cueste. En realidad, lo bueno de estos indultos es que -a pesar de la ocurrencia de la reversibilidad y demás incrustaciones- no son ni una derrota ni una victoria, sino un interruptor de uso obligado, como sabe cualquiera que intente descodificar el conflicto catalán sin tragarse su propia propaganda como análisis. Un interruptor que enciende una luz tímida pero intensa. Una luz sin la cual no se podría avanzar.