29 oct 2021 Títere o titiritero
José Manuel Villarejo, el comisario jubilado que encarna las cloacas del Estado como el personaje del demonio encarna el mal en un teatro de títeres, es un relato con patas. Villarejo es el cuento que no cesa, un showman que va sacando historietas de su gorra ante el regocijo, la inquietud y el pasmo de los de arriba y los de abajo. Con su narrativa interminable, con sus episodios truculentos, adornados de amenazas y avisos para navegantes, el antihéroe ha entendido que su salvación pasa por la tradición: inscribirse en la novela picaresca para, por la vía estética, trascender la quiebra moral, política e institucional que su máscara proyecta. “Por amor al arte”, así sería el resumen de su peripecia. Una manera delicada de argumentar “por amor a la patria”, con el punto de barroquismo exigible para que el corral de comedias digiera lo excretado por el tipo. Al payaso siempre lo salvaremos, al criminal sería imposible.
Es al que mueve los hilos del guiñol a quien hay que pedir explicaciones con todas las de la ley
Pero no hay que confundirse al acercarse a Villarejo y su gorra. Contra lo que parece, lo sustancial no es saber cuánto hay de verdad o de fantasía en las fábulas pardas que el policía subterráneo va regalando en juzgados y comisiones parlamentarias. Lo importante es dilucidar si Villarejo es el títere o el titiritero de esta sórdida función de enredos, reputaciones reventadas y chantajes a granel. Porque no es lo mismo ser una marioneta (por muy protagonista que sea) que ser el que mueve los personajes del guiñol sin mostrarse al público. Es al titiritero al que hay que pedir explicaciones con todas las de la ley. Es el titiritero el que permanece impune y se está riendo de todo el mundo. En el Estado profundo, las risotadas resuenan hoy a todo volumen.
Sé lo que están pensando: Villarejo podría ser el típico títere que cobra vida, enloquece y queda fuera de control, el muñecote que trata de emular a su creador-titiritero, con el que mantiene relaciones bipolares de amor, odio y socorro mutuo. Esta es la fábula más previsible y por ello hay que rechazarla. Sería la fábula perfecta para que sigamos sin conocer los nombres de los principales titiriteros que moldearon, animaron, encubrieron, encumbraron y pagaron a Villarejo, figura menor que hemos convertido en un gigante, haciendo así el juego a todos los que, hoy como ayer, están a salvo en su torreón.