18 nov 2021 Políticos tontos
Entre el ideal del gobernante-sabio y el político que ha perdido el pudor de ir soltando sandeces podría haber un camino del medio, con dirigentes conscientes de los límites propios de un mundo complejo y de unos saberes cada vez más especializados. Pablo Casado, líder del PP, ha hecho unas declaraciones sobre la energía solar que recuerdan un chiste muy celebrado del añorado Eugenio, y que han trasladado la imagen de un aspirante a presidente del Gobierno al que tal vez le sobra locuacidad de barra de bar y le faltan asesores en ciertos debates, que no deberían quedar muy lejos de la cultura general que se espera en un adulto con responsabilidades públicas de calado.
El episodio protagonizado por quien se ofrece como alternativa a Pedro Sánchez indica hasta qué punto hemos normalizado la existencia de un personal político cuyo mérito parece ser, precisamente, la vulgaridad, la mediocridad y la tontería convertida en ardid para intentar conectar con la ciudadanía. Los gestos contra cualquier atisbo de elitismo son propios de los políticos populistas, que señalan ese atributo en muchos de sus adversarios como la prueba irrefutable del desprecio que “la clase política” siente hacia “el pueblo”; Isabel Díaz Ayuso ha encontrado un tono eficaz en ese registro, con la ayuda de los medios y un talento natural para encarnar una idea vaciada (retroposmoderna) de la política de trinchera. En cambio, lo de Casado más bien parece un accidente típico del que trata de volar tan bajo que acaba estrellándose ridículamente. Hipótesis: tal vez el problema del líder conservador es intentar jugar en el mismo terreno que la lideresa madrileña, pero ya se sabe que es mejor caer en gracia que ser gracioso (también en el negocio de las elecciones).
Hemos normalizado la existencia de políticos cuyo mérito es la vulgaridad, la mediocridad y la tontería
¿Políticos tontos y encantados de serlo? Bueno, no seamos tan taxativos: políticos que se hacen el tonto y otros que, en realidad, sacan partido de sus carencias, para propulsarse en un magma en el que la llamada cultura del esfuerzo y la exigencia queda en un segundo plano, como sugiere el real decreto de evaluación aprobado por el Gobierno, algo que ya es vigente en Catalunya desde el 2017. Al político ilustrado que trata de elevar el nivel del debate le ocurre lo que al buen estudiante en esas clases donde el más popular es el gamberro de turno, que es jaleado y seguido por muchos. Winston Churchill, Benazir Bhutto, Václav Havel o Barack Obama parecen héroes de fantasía, de un mundo que existió únicamente en nuestra imaginación. Incluso Adolfo Suárez, que era un gobernante poco dado a la lectura y la especulación intelectual, parece un gigante si se le compara con muchas figuritas del pesebre que nos ha tocado en suerte. En Catalunya, tuvimos presidentes como Jordi Pujol y Pasqual Maragall, que podían abordar cualquier asunto con originalidad y solvencia, capaces de conectar acción y pensamiento de una forma atractiva.
Esperábamos que la escuela sirviera para hacer ciudadanos libres y responsables, y ello pasa por el amor al conocimiento, cuya conquista exige dedicación, tiempo, paciencia, prueba-error y una lucha contra lo aparentemente fácil. El ideal ilustrado discurre por este carril. Si el esfuerzo y la evaluación son vistos hoy como un castigo por aquellos que inspiran el nuevo marco educativo, no nos sorprendamos cuando los líderes del futuro hagan chistes involuntarios más penosos que el que Casado nos ha regalado a propósito de las energías renovables. Sin saberlo, el político amarrado a la tontería rompe la democracia por la espina dorsal.