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Francesc-Marc Álvaro | La gran lección de Havel
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23 dic 2021 La gran lección de Havel

Les voy a contar un secreto: cuando yo comencé en esto del periodismo, los grandes de la política me impresionaban bastante. Yo era muy joven y ellos eran figuras troqueladas en la máquina de la transición, era inevitable que la mezcla de fascinación y respeto me achicara. Recuerdo los nervios que pasé en una entrevista con uno de los padres de la Constitución –primer encuentro a solas con una pieza de este calibre– y lo mucho que la preparé para evitar errores. En aquel entonces, tenía la sensación de que accedía­ a la gran Historia para poder preguntar a los que la estaban forjando con sus decisiones, me sentía como un privilegiado al que dejan mirar un poco por el ojo de la cerradura.
 
Hoy, todo es muy distinto: el cronista peina canas y nuevas generaciones de líderes han llegado al escenario, con menos mítica que los de antaño, también con menos visión, con más aparato tecnológico sin duda. Admito que puedo ser algo injusto en esta comparación, pido disculpas de antemano si alguien se siente ofendido. No pocos políticos de hoy me parecen insustanciales, vacíos por dentro, sostenidos únicamente por el aire de algo que no es exactamente ambición, aunque lo parece. La ambición se le supone a cualquier persona que aspira a alguna forma de poder y es un combustible necesario. El problema es que la ambición ha sido sustituida por algo que alimenta la lucha entre partidos y grupos de interés pero no sirve para construir, es una metadona que mantiene en pie a los que juegan, nada más. Me basta con ver el guiñol semanal en el Congreso de los Diputados para certificar que la falta de grandeza que sufrimos es la falta de ambición en un sentido clásico. Dejo para los sabios desentrañar si esta deriva es fruto de la mediocridad de los concernidos o bien si la mediocridad es el resultado de una dinámica como la que he explicado.
 
Ante este paisaje, pienso en algunos ejemplos que me reconcilien con la política. Es una estrategia para superar el hastío y la indignación que producen algunos espectáculos en los que la demagogia ha sido superada por algo mucho más corrosivo, una forma de representar la lucha política en la que no hay ni límite al ridículo, ni límite a la falsedad, ni límite a la intemperancia. Entonces, acostumbro a recalar en Václav Havel, cuyo fallecimiento fue hace diez años. El disidente, intelectual y primer presidente de la Checoslovaquia que se liberó del régimen comunista sigue siendo un faro en esta Europa en la que muchos ciudadanos deben elegir en las urnas entre cínicos y fanáticos, y eso si tienen la enorme suerte de evitar caer­ en manos de esos zombis que son los farsantes con revestimiento de grandes ideales y buenas intenciones.
 

“Tendría que haber confiado más en mi sentido común y menos en que los expertos sabían lo que hacían”

 
En el volumen de pensamientos y recuerdos titulado Sea breve, por favor, Havel, entrevistado por Karel Hvízd’ala, nos da una lección, a propósito de los problemas económicos en su país, que debería abrir los ojos a los actuales líderes europeos, sobre todo en estos tiempos de pandemia, populismos y desconciertos: “La impresión principal que tengo al respecto después de tantos años la resumiría así: tendría que haber confiado mucho más en mi propio sentido común y menos en que los expertos sabían lo que hacían. Recuerdo que había aspectos que entonces ya me resultaban sospechosos, pero no me atrevía a pronunciarme demasiado”. El escritor transformado en estadista añade, con una sinceridad inusual entre los que han ejercido responsabilidades tan altas, que “si bien todo ello me parecía extraño y sospechoso, aplacaba mis suspicacias con el argumento de que seguramente no se podía hacer de otro modo. Y algunos me aseguraban que debía ser así”. Tomen buena nota quienes, en esta hora, están dirigiendo los gobiernos que marcan nuestras vidas, desde las instituciones europeas hasta el ayuntamiento más pequeño.
 
Las palabras de Havel ponen sobre la mesa el dilema perenne que rige el corazón del quehacer político: ¿cómo acertar en lo que hay que hacer de acuerdo con el interés general? Bajo el omnipresente dictado de los spin doctors y demás asesores áulicos, inspirados por sondeos incesantes que quizás no dejan ver el bosque, amarrados a rutinas de comunicación que tienden a convertir los ventrílocuos en protagonistas, y confundiendo el oportunismo y el tacticismo con la audacia y el coraje, algunos gobernantes van tirando. Mientras, nosotros, ciudadanos extraviados, añoramos eso que Havel tenía y que tanto escasea.

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