17 ene 2022 La rutina de pedir
Se fue a Madrid para pedir que escuchen y propongan. Es un ritual que habían hecho antes Jordi Pujol, Pasqual Maragall, José Montilla, Artur Mas y Carles Puigdemont. Todos los presidentes de la Generalitat lo hacen, Pere Aragonès, también. En el clásico foro del Club Siglo XXI, el pasado miércoles y ante dos ministros, Aragonès lanzó la pregunta eterna: “¿Qué propuesta tiene el Estado para Catalunya?”. Se entiende, claro está, que ir tirando como lo hemos hecho hasta hoy no es propuesta alguna ni es nada. La Moncloa guarda silencio, mientras Salvador Illa responde con una fotocopia: no habrá referéndum. La Moncloa dilata los tiempos y pone a Maria Eugènia Gay como delegada gubernamental. Que Miquel Iceta haya desaparecido de la carpeta catalana –al menos, en público– es algo que no da mucha confianza, incluso a esos independentistas que se la tenían jurada.
El filósofo de moda, Byung-Chul Han, ha escrito que “la repetición es el rasgo esencial de los rituales” y añade que “se distingue de la rutina por su capacidad de generar intensidad”. A la vista del discreto eco que han tenido las palabras del president Aragonès en la prensa madrileña, lo más intenso ha sido la indiferencia con que el poder central recibe el mensaje del primer representante institucional de Catalunya. También fue así cuando Montilla avisó de “la desafección” que crecía en una sociedad castigada por las pulsiones centralistas. Por tanto, y siguiendo al pensador coreano, lo de ir a Madrid a reclamar una solución para el conflicto catalán es ya más una triste rutina que un solemne ritual, aunque la presentadora del acto –Manuela Carmena– regalara algunos piropos al dirigente de ERC.
Aragonès cumple el ritual de ir a Madrid a reclamar una solución para el conflicto catalán
El president Tarradellas, a quien los rituales le iban más que a un festero una rave clandestina, nos malacostumbró: el negocio a él le fue bastante bien; con sus ardides de imitador provincial de De Gaulle y su mili de superviviente de la retaguardia republicana, el Molt Honorable exiliado consiguió que Adolfo Suárez viera en él un estupendo mal menor. Se restablecía la Generalitat mientras se cortocircuitaba a socialistas y comunistas (que habían ganado las elecciones en Catalunya). Ese ritual fijó la idea equívoca de que es posible “la jugada maestra” del catalán que pisa alfombra en Madrid. Nunca nos acordamos del pobre general Prim.
Pujol, con el pacto del Majestic, reflotó a su manera el win-win tarradellista, con esa lista importante de traspasos que Aznar cumplió tan rápido que, luego, los convergentes se dieron cuenta de que debían haber sido más ambiciosos al negociar. El líder conservador fue hábil a la hora de camelarlos, con ese enorme cepillo que según Tarradellas tienen siempre en Madrid para el catalán de turno. Hoy, Aragonès repite el ritual en otro contexto y, por eso, la cosa degenera en rutina. El Estado rompió el precinto en el 2017 y ve a Catalunya con otros ojos. Ese es el verdadero problema.