20 ene 2022 Los líderes y el tiempo
Jordi Cuixart deja la presidencia de Òmnium Cultural y lo hace diciendo que “hacen falta nuevos liderazgos”. Él es el único dirigente del procés que ha quedado al margen de las dinámicas de la competición partidista y eso otorga a sus palabras una resonancia particular. Cuixart asegura que no contempla hacer política desde ningún partido y añade que seguirá trabajando como un activista más. Unos lo han escuchado con inquietud, otros con nostalgia, todo el mundo con interés.
Ante los micrófonos de RAC1, preguntado por Jordi Basté, el empresario ha razonado su decisión a partir de la necesidad de conseguir “una estrategia compartida” de todo el independentismo, algo que solo se puede conseguir, según su criterio, a partir de una renovación de caras. Las cosas no se ven iguales en el 2017 que en el 2022, ha remachado, hay que ajustar “la graduación de las gafas”. Es un modo elegante de decir que hay una cierta obsolescencia de la cúpula que organizó el 1 de octubre. Al hablar de figuras como Puigdemont, Junqueras y otros compañeros de viaje, Cuixart ha utilizado el término referente , como una condición diferente a la de líder . Si alguien se ha sentido interpelado, quizá ha simulado que la reflexión no lo concernía.
El punto más fuerte y el más débil de Cuixart es justamente su inocencia política. Cuando digo inocencia no quiero decir ignorancia ni inmadurez, quiero decir una capacidad insólita de crear mensajes que prescinden –aparentemente– de las categorías que organizan la relación embrollada entre opciones diferentes. Él va a su aire. Eso le sale bien –en manos de otro sería un fracaso– porque se lo cree y porque es un outsider que no encaja en las maneras de ver propias de los dirigentes de ERC, Junts, la CUP o los comunes, cuatro formaciones donde, en teoría, Cuixart habría podido encontrar un lugar y una carrera política. También es posible que él intuya que, si cambiara de carril, sus palabras dejarían de tener la música y la magia que la hacen agradable a muchos oídos.
Votantes de diferentes partidos hablan bien de Cuixart, que encarna la promesa imposible de un líder al margen de los intereses, las miserias y los equilibrios del supermercado de ofertas electorales. Una de las gracias del carisma de Cuixart es que cada uno ve en él un poco lo que quiere ver (por eso lo aplauden con entusiasmo entornos que parecen irreconciliables). Su distancia del cálculo político lo hace atractivo, pero también incómodo, lo hace fresco, pero lo lleva a descubrir algunos mediterráneos.
Una de las gracias del carisma de Jordi Cuixart es que cada uno ve en él un poco lo que quiere ver
Es muy revelador, en este sentido, lo que Cuixart escribe en su último libro, Apre nentatges i una proposta: “Cuando hablamos de los partidos políticos, debemos tener siempre presente que tienen una cierta tendencia al linchamiento. Cuando se acercan elecciones, especialmente (e incluso legítimamente), pero sin que tengan una excusa tan clara enfrente, también. A menudo. Desde Òmnium hemos tenido siempre claro que no podemos caer en la trampa de los discursos antipartidos, que son terreno abonado para el populismo, pero también tenemos una premisa igualmente clara, y con esta hemos trabajado: justamente para protegernos de los partidos, no podemos ser nunca de parte”.
Todo está conectado. La noticia de la jubilación dorada de altos cargos y personal del Parlament (cobrando el sueldo íntegro sin tener que trabajar a partir de los sesenta años) ha provocado estupor, indignación y malestar. Aunque aquí se habla de funcionarios y no de diputados, el escándalo alimenta la desafección democrática y la sensación –ya muy extendida– de que los partidos operan como un sistema pseudofeudal que crea privilegios con impunidad, gracias a una endogamia y una opacidad que benefician a todas las siglas, por encima y por debajo del combate por el poder. Este episodio en la Cámara catalana deja en muy mal lugar a todas las formaciones, incluidas las independentistas. También es un caso que tiende a amplificar –quiérase o no– el mensaje de Cuixart sobre la necesidad de repensar liderazgos y mirar al futuro. Si el prestigio institucional cae en picado, no se puede decir que los responsables de este trapicheo son solo los que cortaban el bacalao en 2008.
La prisión y el exilio han convertido en tabú el debate imprescindible sobre los liderazgos del campo independentista. Cuixart ha roto este tabú con un gesto que subraya dos evidencias: todo el mundo está sometido al paso del tiempo y nadie es imprescindible.