12 jun 2014 Dissabte fem com Raimon
Este martes por la noche, durante el acto de entrega del Premi d’Honor de les Lletres Catalanes al admirado Raimon, el poeta Enric Sòria dijo esto en su magnífica glosa del premiado: «Su infancia debió quedar marcada por los silencios y los murmullos temerosos que aquella tragedia [la Guerra Civil] propició -al menos entre los que éramos de la cuchara-, y también por el hecho de que su lengua, la de su familia y de su pueblo, había quedado oficialmente extinta, sin ninguna presencia en la escuela, los discursos, la radio, el cine o las canciones de moda. Entonces, ¿por qué Raimon cantó en catalán cuando en Valencia, eso, todavía no lo hacía nadie? Creo que, sencillamente, porque era su lengua y la del pueblo, porque él era pueblo y quería serlo».
Magistral como siempre, el amigo Sòria hizo la pregunta central de nuestra cultura -de cualquier cultura- y la respondió con concisión y claridad. ¿Por qué hay culturas que, a pesar de ser pequeñas al lado de las demográficamente dominantes, no desaparecen? Porque sus miembros no se resignan. Raimon habría podido cantar en castellano, inglés, francés. Lo tenía fácil. Pero eligió la lengua de su pueblo que -vaya casualidades- es la lengua de Ausiàs Marc, la misma de Espriu, Fuster, Porcel… Y al hacer esta selección de manera plenamente consciente -como subrayó la presidenta de Òmnium, Muriel Casals- Raimon «contribuyó de manera poderosa a hacer que reencontráramos el coraje y el respeto por nosotros mismos, el sentido de una existencia que se afirmaba libre».
Lo que hizo Raimon bajo la dictadura de Franco lo hicieron otros, afortunadamente. Y por eso hoy todavía hablamos en catalán y hacemos canciones en catalán, y ustedes disponen de la edición en catalán de este diario. Lo que hizo Raimon nos recuerda que ser lo que queremos ser exige, a menudo, una afirmación y un riesgo. También pensaba en esto el pasado domingo, cuando tuve la enorme suerte de disfrutar de la versión que la Jove Companyia del Teatre Nacional ha preparado de El cantador, una obra divertidísima de Serafí Pitarra y Pau Bonyegues, que ahora se puede ver en varias ciudades. Bajo la dirección de Xicu Masó, un grupo de actores y actrices de una fuerza y una gracia sensacionales nos transporta a lo que fue uno de los momentos más atractivos -más inesperados- del renacimiento de la cultura catalana, a mediados del XIX.
El montaje que he visto -y que les recomiendo- consigue sugerir con gran verosimilitud lo que, a mi modesto entender, representó la aparición del Pitarra joven en los ambientes culturales efervescentes de la Barcelona anterior a la Revolución de 1868: una verdadera contracultura que, en muy poco tiempo, logró dos cosas muy importantes: crear un público masivo para el teatro en catalán y cuestionar de manera irreverente los valores dominantes y la estética de la burguesía y del establishment que había impulsado la Renaixença. Piensen que, antes de Pitarra, todo el teatro de la capital catalana se hacía en castellano. Con el tiempo, Frederic Soler se convirtió en un respetable prohombre integrado en el mundo que criticaba en su juventud, pero ya había puesto las bases de un cambio cultural enorme que nos coloca dentro de la modernidad europea. Y vuelvo a Raimon: también cuando él aparece estamos ante una contracultura, como, de hecho, lo es toda la nova cançó, con una misión muy parecida a la del primer teatro de Pitarra: crear un mercado en catalán desde cero y generar una propuesta alternativa a una cultura del poder adocenada y alejada de los sectores populares.
Esta dialéctica entre contracultura y cultura oficial explica, en parte, el reencuentro de la sociedad catalana con su lengua y su cultura, al estilo de otros pueblos europeos. Es un fenómeno apasionante que da un vigor especial a la creación del país, a pesar de la falta de instrumentos políticos. Para acabar de añadir complejidad al cuadro, hay que tener presente también lo que significó, hace cien años, la Mancomunitat y el noucentisme como concreción de unas políticas culturales que pretendían un cambio de escala en alta cultura y cultura de masas a la vez; la maduración del catalanismo hace que aquella contracultura pueda contar, finalmente, con palancas de administración para transformar la nación desde arriba y normalizarse. Muchas bibliotecas y escuelas de hoy se fundaron por impulso de Prat de la Riba, un político que entendió que aquel mercado creado por los Pitarres del pasado necesitaba ampliarse y consolidarse. Muchas décadas después, Pujol -con el apoyo de la oposición de izquierdas- estableció la inmersión lingüística, impulsó TV3 o dio luz verde al Teatre Nacional.
Pasado mañana, sábado, nos toca imitar a Raimon y a Pitarra. A nuestro modesto modo. Estamos convocados a la manifestación organizada en Barcelona por la plataforma Som Escola (más de 40 entidades) para demostrar nuestro compromiso con una escuela catalana, de calidad y para todo el mundo. También en Valencia y las Baleares. Mi familia y yo iremos, para apoyar un modelo que está amenazado por la ley Wert y las sentencias del Tribunal Supremo, que cuestionan el papel del catalán como lengua vehicular en las aulas, como sucede en la escuela Sant Bonaventura, de Vilanova i la Geltrú, y cuatro centros más.