09 oct 2014 El Sis d’Octubre i la mandra
En casa, siendo niño, de vez en cuando, mi madre, al hablar del pasado, mencionaba «el 6 de octubre» y, durante mucho tiempo, aquella fecha fue para mí una referencia próxima y misteriosa a la vez. Años después, al dedicarme al estudio de la historia y la política, llené de significado aquella expresión que había impactado la memoria familiar como -por ejemplo- «la entrada de los nacionales» o «la llegada de la República». Hoy, cuando parece que hay tantas ganas de relacionar el presente con aquel acontecimiento trágico de ochenta años atrás, me hace gracia la necesidad que tienen algunos de simplificar las cosas con la ayuda forzada de los espejos históricos. Pero las comparaciones no se aguantan, como resulta evidente si se leen bien los hechos más importantes de entonces.
Que Artur Mas no sea precisamente Lluís Companys, que la sociedad crispada de 1934 no sea la del 2014, que la Segunda República no tenga nada que ver con el sistema democrático organizado en 1978 o que el contexto europeo de entonces y el de ahora sean como dos planetas diferentes son aspectos que no se mencionan. Por si eso no tuviera bastante consistencia, sólo hay que pensar en dos factores más, definitivos. Primero: los años treinta ven hundirse las democracias liberales en beneficio de proyectos totalitarios, indisociables de la violencia. Segundo: como escribió Gaziel muchos meses antes del fatídico 6 de octubre, pocos estimaban de verdad la República y su programa de reformas. La mayoría de formaciones de izquierdas y de derechas -engullidas por la lógica de la revolución y la reacción- no se preocuparon de fortalecer el campo de juego común de la democracia. Y añado un dato que no es menor: a pesar del protagonismo del conseller de Governació, Josep Dencàs, de los escamots y de las Joventuts d’Esquerra Republicana-Estat Català, la revuelta de 1934 respondía -como se ha explicado sobradamente- a claves de política general española -contra el Gobierno de la CEDA- más que a un supuesto programa independentista. El ascendiente que había tenido Dencàs sobre el Govern de Companys no puede tapar la realidad de un separatismo -esta era la palabra que se utilizaba- socialmente y políticamente minoritario.
Si todo eso es bien sabido y se ha explicado docenas a veces, ¿por qué esta manía de relacionar el proceso soberanista actual con aquel desgraciado 6 de octubre? Deberían responderlo, sobre todo, los que, desde el 2012, no se cansan de pronosticar el desastre abriendo el baúl de la abuela, primero con la boca pequeña y, más tarde, sacando músculo y esperando poder soltar el «yo ya lo decía». Con todo, tengo mi hipótesis. Me parece clarísimo que, en general y dejando de lado alguna voz de buena fe, los paralelismos entre los Fets d’Octubre y lo que pasa hoy no pretende nada más que desacreditar y desfigurar a los actores políticos catalanes de ahora, mediante la analogía. Y desvirtuar también el sentido real del movimiento soberanista, asociándolo a una jugada pretérita que se ha consolidado como la quinta esencia de la mala política de los catalanes que juegan a tener poder y acaban haciendo el ridículo.
Por cierto, habría que empezar a hablar también del ridículo que han hecho y hacen -ahora mismo- los que tienen siglos de experiencia en el control de un Estado. Al fin y al cabo, ellos son profesionales acreditados de la cosa. Cuando en Catalunya hay problemas importantes, siempre aparecen editoriales de la prensa de Madrid que afirman que todos nuestros males suceden porque dedicamos dinero público a «embajadas, subvenciones al catalán y políticas identitarias». ¿Qué deberíamos decir cuando es el Gobierno español el que no sabe hacer frente a una situación delicada y urgente? ¿Tendríamos que aplicar la misma demagogia?
Se ha construido el mito de un Sis d’Octubre que se repetirá inexorablemente como un nuevo Apocalipsis si los políticos y los ciudadanos osan hacer lo que no está en el guión. «¡Que viene el lobo!», dicen. Pero este aviso da risa, porque el lobo ya lo tenemos aquí, desde hace tiempo. El lobo vigila la jaula, controla el grifo y es el que nos ha llevado a la situación actual. El lobo que ahora bromea sobre una eventual consulta pachanguera es el mismo que no ha querido negociar la realización de un referéndum. Se ha construido el mito de un nuevo Sis d’Octubre que busca activar el miedo, lo cual yo podría atribuir a la inteligencia y me equivocaría. El mito del Sis d’Octubre sólo responde a la pereza. Sí, todo es producto de la pereza intelectual y del orgullo herido de quien sabe que ya no tiene la hegemonía ideológica porque los tiempos -pase lo que pase el 9-N- están cambiando y no regresaremos al viejo mundo del peix al cove autonómico ni al paraíso -como dice Jordi Graupera- de los brókers del victimismo.
La pereza de pensar es el gran problema de la mayoría de los que dicen que no quieren Catalunya fuera de España. La prueba es que prefieren hablar en términos terroríficos de trasplantes de órganos o de la Liga de fútbol antes que seducir a los catalanes que se han convertido en soberanistas con un proyecto de España atractivo y que no niegue, por principio, la existencia de la nación catalana. Mientras, el ministerio que hace el bonito anuncio de la fiesta nacional española es el de Defensa, para dejarlo todo clarito.