23 oct 2014 Vist amb estupefacció
Aclarémonos, si es posible. ¿De qué estamos hablando? La nueva consulta del 9-N ha generado una pequeña tormenta política entre los partidos del derecho a decidir, con gesticulaciones que han recordado un poco los momentos más incomprensibles de la negociación del Estatut del 2006. La ciudadanía catalana -especialmente los sectores que se han movilizado en clave soberanista- ha contemplado con estupefacción el baile de encuentros, declaraciones y silencios de los últimos días. Mientras escribo estas líneas, parece que se trabaja para rebajar la inflamación de las partes más sensibles. La buena gente que ha desconectado de los poderes españoles tiene dificultades para entender determinadas actitudes, es lógico. Pero eso no significa pérdida de impulso de la base de este movimiento que, a veces, parece existir a pesar de los intereses partidistas: el número de voluntarios para el 9-N va creciendo a un ritmo admirable, acreditando que las desconfianzas entre dirigentes no han roto todavía la moral de los que, desde abajo, son el motor de todo esto.
Sé que me hago pesado, pero volveré a escribirlo: todo lo que no desmienta con claridad el pronóstico catastrófico que el Madrid oficial hizo del proceso soberanista hace muchos meses es un gran error estratégico. Si se me acepta este encuadre, hay que subrayar que la discordia recurrente entre los partidos que habían pactado fecha y pregunta no hace nada más que proyectar inseguridad y debilidad sobre una apuesta que se pretende histórica y que no tiene precedentes en Europa occidental. ¿Cómo se puede ganar una batalla tan difícil si se gastan las energías en mantener una unidad que cada día se cuestiona en vez de aprovechar con habilidad las rendijas que los poderes del Estado no han tapado?
Quizás tenemos una confusión muy grande entre objetivos, métodos y estrategias. Repasemos. El objetivo que mueve la parte de la sociedad movilizada es la independencia; el método compartido por los partidarios de la Catalunya independiente (y una parte que no lo es, como Unió e ICV) es pasar por las urnas (en una consulta y/o unas elecciones); y la estrategia aceptada teóricamente por todo el mundo soberanista es la unidad, un concepto resbaladizo que se puede concretar de muchas maneras pero que, en ningún caso, incluye poner al socio circunstancial al pie de los caballos. Llegados hasta aquí, aparece la pregunta que cierra el círculo: ¿unidad para qué? La respuesta nos retorna al objetivo inicial: para alcanzar la independencia. Pero parece que, en este punto, las agonías se multiplican y empieza el bucle de la sospecha y las discusiones bizantinas sobre qué es y no es una declaración de independencia y también sobre qué es y no es negociar para desconectar Catalunya de España. Diría que el nudo de desconfianzas entre algunos dirigentes está ahora en este punto de la hoja de ruta. Por otra parte, la rara sintonía entre el Govern Mas y la CUP a la hora de desencallar el 9-N ilumina, sin querer, el punto más crítico del proceso y donde habría que aplicar más inteligencia y menos visceralidad y personalismos. El sentido de Estado debería ser el primer mandato de los que quieren construir uno nuevo.
Explicada así, esta peripecia suena a informe de diplomático finlandés enviado por las Naciones Unidas a un territorio extraño donde los indígenas se afanan para liberarse de un poder que consideran lesivo mientras pierden horas y horas poniéndose el dedo en el ojo. ¿Y qué diría nuestro diplomático sobre la voluntad de estos indígenas para crear -por ejemplo- una candidatura amplia con voluntad de tener una mayoría absoluta? Quizás diría que, si no desmontan antes las desconfianzas, vale más que no generen expectativas ni pierdan mucho tiempo haciendo listas. Una posible candidatura transversal -con políticos y gente de la sociedad civil- no podría transmitir ilusión ni ningún mensaje creíble si sus impulsores no se preocupan honestamente de hacer que esta plataforma sea una alianza de valientes más que el camarote obligado de los enfadados.
Más allá de la consulta del 9-N (que será políticamente relevante aunque no lo sea legalmente), nos espera el debate embrollado sobre las listas en unas futuras plebiscitarias. De la misma manera que pienso que CDC y ERC (y soberanistas que provienen del PSC, Unió o ICV) no pueden negarse a hablar de una oferta electoral amplia, que aparque las siglas para priorizar el gran objetivo, también soy del criterio que nada que sea excesivamente forzado y cogido con pinzas tendrá, después, bastante consistencia para asumir con garantías el desafío de la desconexión y, al mismo tiempo, la gestión del día a día. Una candidatura de muchas sensibilidades no puede ser sólo un escaparate de caras conocidas, debe hacerse pensando en un día después de complejidad y dureza sin precedentes. Mientras la independencia se concreta se deberá gobernar y gestionar, es una evidencia que muchos quizás olvidan.
No me quedaría tranquilo si no añadiera que la nueva prueba de esfuerzo del soberanismo que en realidad será la consulta especial del 9-N no servirá de nada si no somos capaces -sobre todo los que hacen de políticos- de introducir un poco de serenidad, tranquilidad y sentido de responsabilidad en este proceso. No dejemos tantas cosas a la suerte.