19 feb 2015 Moltes batalles alhora
En Barcelona, de derechas, sólo se reclama Alberto Fernández Díaz, que lleva siglos gestionando la tienda del PP local con la tranquilidad de un diesel. El resto de políticos se ubican en la izquierda, empezando por el alcalde convergente Xavier Trias, que se definió como “socialdemócrata”. Se ve que los barceloneses, con más contundencia que los catalanes en general, imaginan ser más progresistas de lo que son. La presente batalla electoral para el gobierno municipal de la capital de Catalunya no se puede desenganchar de este fenómeno. Ni de dos fenómenos más: el duelo entre soberanismo y unionismo y el duelo entre la supuesta vieja política y la pretendida nueva política.
No sé si es la memoria del franquismo o el hecho de no ser capital de Estado o tener una tradición popular muy influida por el movimiento obrero y el anarquismo, pero está claro que Barcelona parece ser feliz cuando puede narrarse como un faro de izquierdas sin poner en peligro nada de lo que aman las derechas. Un poco de rosa de fuego y un poco más de tranquilidad para los inversores. El éxito del maragallismo como proyecto –del cual todavía vive todo el mundo- es justamente haber creado una síntesis casi perfecta entre los intereses duros de las élites y las aspiraciones simpáticas de una mayoría transversal, un recubrimiento ideológico que podían abrazar sin problemas desde los eurocomunistas hasta los herederos sentimentales de la Lliga, pasando por todos los demás. Era evidente, incluso, que la parroquia popular más intransigente se encontraba cómoda con la ciudad que pensó e impulsó Maragall.
Las elecciones del 24 de mayo en Barcelona serán muchas batallas a la vez y, por debajo de todo, está el convencimiento de que forjar una mayoría estable en el consistorio será más complicado que nunca. También hay muchos que piensan que las decisiones que los partidos tomen para gobernar la ciudad tendrán consecuencias imprevisibles sobre las dinámicas que influyen en las elecciones catalanas del 27 de septiembre y las posteriores españolas. Además, el factor incertidumbre aumenta cuando consideramos que sólo hay dos candidatos –Trias y Fernández Díaz- que repiten mientras el resto de cabezas de lista se estrena, incluido el del PSC, Jaume Collboni, que llega a la carrera después de unas primarias que incrementaron la fragmentación del espacio socialista. Alfred Bosch, candidato que también es resultado de unas primarias, debería beneficiarse del ciclo ascendente de ERC, pero le está costando concretar las complicidades que buscaba. Sólo Ada Colau aparece tan segura en su espacio como el líder del PP barcelonés en el suyo, aunque hay dos factores que hacen que la coalición Barcelona en Comú no sea la operación redonda que algunos habían prometido: la ausencia de la CUP (que resta votos) y la presencia de ICV-EUiA (que quita credibilidad al discurso contra el modelo de ciudad construido desde 1979). Mientras las opciones de los extremos lo tienen fácil, Trias, Collboni y Bosch deberán hacer muchos equilibrios para intentar recoger el máximo de votos.
La paradoja es que son justamente Trias, Collboni y Bosch los mismos que podrían acabar forzados a entenderse para establecer algún pacto de gobernabilidad, siempre y cuando el peso de la coalición de Colau y las condiciones que ella pusiera hicieran imposible un tripartito de izquierdas de nuevo cuño. Todo está abierto. ¿Daría prioridad Bosch a un acuerdo soberanista que reforzara el proceso o a un acuerdo de izquierdas para remarcar el acento social? ¿Qué interés tendría el PSC en formar parte de un eventual gobierno con convergentes y republicanos? ¿Podrían posponerse los pactos estables de ciudad a la espera de los resultados de los comicios catalanes?
La batalla de Barcelona se ha convertido en una prueba de esfuerzo para el soberanismo en general, para una CiU con problemas, para una ERC con muchas expectativas, para un PSC en caída libre, y para la versión local de Podemos, sin olvidarnos de C’s y de la coalición CUP-Capgirem Barcelona, que no tienen las adherencias de los partidos de siempre. Sin despreciar que lo importante es decidir qué ciudad quieren los barceloneses, sería ingenuo no remarcar que los resultados servirán para decir si la supuesta nueva política se consolida o es una moda, y también para decir si el soberanismo avanza o retrocede. También para calibrar hasta qué punto se produce un desplazamiento hacia el centro o hacia la izquierda de los votantes que habían sido fieles al maragallismo. En este sentido, no deja de sorprenderme que los asesores de Trias regalen al candidato del PP la exclusiva de la bandera del orden, como si el discurso apocalíptico sobre las ciudades muertas no tuviera posibilidad de respuesta democrática en términos no autoritarios. Esta circunstancia deja huérfanos a muchos sectores sociales que no confunden la crítica necesaria a determinadas actuaciones oficiales con el discurso de la enmienda a la totalidad.
Robert Robert, el gran cronista del XIX, escribió que “hay afición, en Barcelona, a partir las cosas en cuatro”. La tendencia no ha disminuido desde entonces. Veremos si nuestros representantes son capaces de superar esta fatalidad y entienden que hay que sumar energías para atravesar unos tiempos tan difíciles como apasionantes.