23 jul 2015 La senyora Pérez i el 27-S
Hace muchos meses que no les hablo de la señora Pérez. Ha sido un error imperdonable no haberla hecho aparecer durante los últimos tiempos. ¿Se acuerdan de la señora Pérez? Era una votante de CiU poco ideológica, que siempre daba la misma razón de su elección: “porque defienden lo que es nuestro, en casa y en Madrid”. En noviembre de 2012, escribí esto sobre ella: “Entre la sentencia del TC sobre el Estatut, las explicaciones sobre el expolio fiscal (que le hace su hijo mediano), los comentarios ofensivos que recibe de algunos parientes extremeños durante las vacaciones de verano y el ruido infame de la caverna madrileña, esta buena mujer se ha convertido en independentista como quien se come una manzana, con naturalidad”.
La confesión de Pujol de hace un año dejó a la señora Pérez patitiesa, el disgusto fue enorme, pero la mezcla de rabia y desconcierto no la deprimió ni la detuvo. Con alegría, acudió a la V del último Onze de Setembre, al lado de familiares y amigos, porque –como dice- “la mayoría de los que queremos otra cosa no tenemos herencias escondidas ni nos avergonzamos de nada”. Más hacia aquí, la ruptura de la federación CiU no le ha quitado ni un minuto de sueño, porque no es militante ni de unos ni de otros, y sólo quiere que las cosas vayan mejor, sin sentirse una española de tercera. A veces, para atacarla, le llaman “charnega agradecida”, como si eso le pudiera doler, como si ella no tuviera derecho a sublevarse sin dejar de amar la tierra donde nació.
La señora Pérez votará la lista unitaria encabezada por Raül Romeva. Lo tiene muy claro. Nunca entendió del todo las pugnas y desconfianzas entre Mas y Junqueras, no tiene interés alguno en las pequeñas miserias de los partidos. Ella no se considera independentista (de la manera que sí lo es uno de sus hijos), simplemente quiere que Catalunya decida sin pasar por Madrid, porque está cansada de esperar gestos de supuesta generosidad y de tener que justificarse. La conversión a la estelada de la señora Pérez es el resultado de un Estado que ha ido expulsando a una parte de sus ciudadanos. No es fruto de ninguna conspiración ni de ningún plan secreto ideado por Pujol desde los años cincuenta. La rigidez de los poderes del Estado, las inercias de una cultura política catalanofóbica y el menosprecio de ciertas élites han alimentado lo que el president Montilla calificó de “desafección”. Ahora, la desafección es desconexión.
Asalariada de las que se levanta muy temprano, integrante de una clase media empobrecida por la crisis y poco amiga de discursos radicales, la señora Pérez forma parte (sin saberlo) de una revolución tranquila y democrática que, afortunadamente, tiene poco que ver con las fantasías de los revolucionarios de salón, incluidos los que quieren ser griegos a ratos. Lo tengo escrito desde hace tiempo: el proceso soberanista es también la expresión de una lucha de clases posmoderna, que no tiene nada que ver con las barricadas de antaño sino con la necesidad de repartir el poder de una forma más justa y equitativa, así como con la voluntad de tener una democracia de más calidad. Por eso las clases medias movilizadas por la independencia se sienten cada día más lejos de los intereses de unas determinadas élites que tienen como prioridad mantener el cuadro como está, ya sea invocando la sagrada unidad de mercado o la expulsión automática de la UE. El compromiso de CDC y de Mas con la desconexión es el factor que descoloca a los despachos de Madrid y lo que menos saben descodificar los catequistas del Íbex35, porque hacen un análisis del conflicto tan antiguo y pobre como el de los dirigentes de Podemos. Unos y otros son prisioneros de unas plantillas erróneas –las tesis de Solé Tura sobre el nacionalismo- que les hacen decir verdaderas tonterías, a veces aliñadas con analogías imposibles con el caso vasco.
Los gurús de la derecha unionista y de la izquierda sucursalista todavía no pueden explicarse la transversalidad que hoy encarnan Romeva, Mas, Junqueras y antiguos dirigentes del PSC, de Unió y del PSUC. La lista unitaria les parece imposible. La señora Pérez, en cambio, sin necesidad de cursar densos seminarios sobre historia del catalanismo, ha comprendido que Junts pel Sí es la expresión más eficaz de una parte central y activa de la nación que gira en torno a las prioridades de unas clases populares que no son más que las clases medias castigadas por un centralismo tan idiota que, por ejemplo, prohíbe el decreto contra la pobreza energética. La revuelta nacional tiene motivos sociales de la misma manera que las causas materiales informan el nuevo soberanismo, sin que eso implique que los moderados han dejado de serlo. Cuando Duran hace llamamientos a los antiguos votantes de CiU, como si la centralidad no se hubiera desplazado, pone en evidencia que desconoce que una parte del éxito del nuevo soberanismo es precisamente la conversión muy rápida de todas las señoras y señores Pérez.
La señora Pérez es clave para la victoria del soberanismo. Ella es también la Catalunya real. Las amenazas ministeriales y los discursos del miedo pretenden que el 27-S ella se quede en casa. Pero la mayoría de los moderados que votaban a CiU –y una parte de los que votaban al PSC- hace días que se han liberado mentalmente.