19 nov 2015 O ells o nosaltres
Desde hace poco más de catorce años, nos hacemos las mismas preguntas ante el terrorismo islamista global. Son preguntas que no aparecen solas y desligadas de sentimientos. El estupor, el desconcierto, la impotencia y el miedo después del 11-S del 2001 en Nueva York, del 11-M del 2004 en Madrid o del 7-J del 2005 en Londres vuelven ahora, a raíz de los atentados de la noche del 13-N en París. Los expertos intentan dar con respuestas, los políticos toman decisiones (siempre discutidas y discutibles) y los ciudadanos asumimos, por fuerza, que este fenómeno devastador está cambiando nuestras vidas aunque no queremos que sea así. Una nueva forma de violencia extrema amenaza todo lo que somos y lo que hacemos. Es una violencia nacida de varias causas entrelazadas, a cuál más compleja: guerra interna – fitna– en el islam europeo entre radicales y moderados; malestar social vinculado a nuevas formas de racismo y de exclusión social; consecuencias locales de decisiones geopolíticas, económicas y militares a gran escala; sin olvidar la fascinación juvenil por doctrinas duras que ofrecen un sentido a la existencia a partir de la pureza de un ideal totalitario. Todo es de una dificultad gigantesca para cualquier gobierno democrático.
Michael Ignatieff escribió, el año 2004, que “estamos librando una guerra cuyo premio fundamental es conservar la identidad de la propia sociedad liberal y evitar que se convierta en lo que los terroristas creen que es”. El profesor y político canadiense define muy bien el problema, sin edulcorar y sin exagerar. Estamos ante una guerra que, si no se hace de manera acertada, puede acabar regalando razones a los enemigos de la libertad. Eso obliga a los políticos (también a la sociedad entera) a escoger muy bien la estrategia, la táctica y las palabras de este combate para no acabar haciendo el juego al yihadismo sin querer. La guerra contra este enemigo dispuesto a todo no puede transformarnos en la caricatura contra la que dice luchar el mencionado enemigo. El engaño de Bush, Blair y Aznar sobre las armas de destrucción masiva que justificó la invasión de Iraq fue la ratificación de la caricatura más gastada de un Occidente mendaz, perverso y corrupto que los ideólogos del terror islamista difunden incansablemente; la misma caricatura que, por cierto, también repiten nuestros grupos antisistema. El ascenso previsible de partidos europeos de ultraderecha impulsados por el impacto emocional de atentados como los de París es también una manera de hacer real la caricatura que se nos impone; los extremismos de signo opuesto se acaban retroalimentando, por eso ahora es Marine Le Pen quien ve su oportunidad en medio del dolor y la confusión.
Dicho esto, tenemos un problema previo: ¿estamos en disposición –ustedes y yo– de aceptar la etiqueta guerra o preferimos utilizar eufemismos que nos puedan tranquilizar a cambio de un diagnóstico erróneo? Para el Estado Islámico (ISIS en inglés) o Al Qaeda, es indudable que se trata de una guerra mundial sin límites, un conflicto sin ninguna retaguardia segura. ¿Por qué nos cuesta tanto asumir que estamos en una guerra que nos han declarado hace más de una década? Hoy es París y mañana quizás será la plaza donde compro el pan y tomo un café. Decimos que eso no es una guerra porque sabemos que las guerras comportan –en teoría– la suspensión de derechos, garantías y rutinas que son indispensables para vivir como vivimos. Y no queremos dejar de vivir como lo hacemos, aunque resulta indiscutible que los terroristas han conseguido modificar ya varios aspectos de nuestro día a día. ¿Cómo hacer la tortilla sin romper los huevos?
Hollande ha dicho que este enemigo que ha golpeado el corazón de Francia no sólo debe ser derrotado, tiene que ser destruido. En otras palabras: o ellos o nosotros. El presidente francés es socialista, no neocon. Lo digo para situar las cosas en la perspectiva adecuada. ¿Demasiada sinceridad? ¿Demasiadas contradicciones? Seamos adultos, conectemos lo que ya está conectado. Dejamos de pensar y decir que una cosa es que las monarquías del golfo Pérsico se pasen los derechos humanos por el cogote y otra es que los fanáticos del EI lleven este menosprecio por los derechos humanos y la vida a cualquier lugar. Si los muertos son jóvenes nepalíes explotados cruelmente en las obras faraónicas de Qatar, eso también es la guerra. Es la misma guerra que ahora ocupa portadas donde se ve la torre Eiffel rodeada de soldados. Hoy, por ejemplo, ciertos patrocinadores de camisetas deportivas estorban más que ayer.
O ellos o nosotros. Aunque este nosotros es criticable y ha contribuido a generar en parte –con decisiones erróneas– el monstruo que ahora hay que combatir. O ellos o nosotros, sabiendo que esto no va de Occidente contra los musulmanes, esto va de democracia contra tiranía, va de libertad contra barbarie. El mensaje principal de los yihadistas es el mismo desde el ataque a las Torres Gemelas: “No estaréis seguros en lugar alguno”. No es una metáfora: hay personas dispuestas a morir matando, adiestradas en terrenos de guerra real para exportar la guerra allí donde la guerra global no es percibida. O ellos o nosotros, con la obligación de evitar que la caricatura de nuestro mundo y de nuestros valores nos derrote desde dentro, sin darnos cuenta.