07 dic 2015 De cartó pedra
De la segunda transición de Aznar al cartón piedra de Rivera e Iglesias. Entre 1996 y 2004, la democracia española pasó la verdadera prueba de la alternancia, puesto que el derrumbe de la UCD de Suárez y la posterior victoria del PSOE fueron otra cosa. Los gobiernos de Zapatero y los de Rajoy han puesto al descubierto las averías y la fatiga de materiales de la Restauración de 1975-78, mediante dos presidencias que –a pesar de sus diferencias- han tenido en común su tendencia a la autoparodia y su incapacidad para elaborar un proyecto ilusionante –no puramente coercitivo- de España. La pretendida nueva y joven política que busca su éxito en los comicios del 20-D vende un relato, algo a lo que populares y socialistas han renunciado. La campaña del PP se basa en el miedo a lo desconocido y la del PSOE en echar a Rajoy.
Rivera e Iglesias han pergeñado una historia que suena bien. Una fábula confortable. Y tienen juventud. En todo eso se parecen al González de 1982. Pero el socialismo de entonces tenía un plan articulado para modernizar el Estado y la sociedad española mientras C’s y Podemos han armado un reformismo de cartón piedra cuyo único mérito consiste en querer ser distintos a los dos grandes partidos de siempre: una derecha sin caspa y una izquierda sin casta. Vender lo que no son es mucho más fácil que vender lo que dicen ser.
En 1969, el escritor Max Aub regresó por dos meses a España de su exilio mexicano y fruto de ese viaje escribió un libro demoledor que tituló La gallina ciega. En él muestra el país anestesiado y formateado por la dictadura. En una de sus páginas, recoge el diálogo con un tipo de unos treinta años, llamado a formar parte de las élites de la democracia. He aquí su análisis: “Sí. Ha vencido la indiferencia. No digo que no existan otras posibilidades: la clandestinidad y el radicalismo. Pero la diferencia de volumen entre esas tres expresiones de la juventud es de tal tamaño que no se pueden comparar. La actual indiferencia de la juventud hacia el futuro político de las instituciones es tan enorme, tan avasalladora, que no deja resquicio posible de cierta importancia –como no sea para ellos mismos- ni a la clandestinidad ni al radicalismo”. He pensado en Aub al ver que Rivera se reclama continuador de ese ídolo tardío que es el Adolfo Suárez idealizado por quienes acabaron con él. La paradoja es extrema: el partido que asume más fielmente los principios de la FAES necesita el maquillaje del mito para llegar sin asustar a esa “mayoría silenciosa” otrora “indiferente”. Por eso los de Rivera no condenan –al igual que los populares- el franquismo. Y por eso Iglesias –que busca el mismo elector- le ha quitado adjetivos a su retórica.