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Francesc-Marc Álvaro | Aquí no passa res
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17 dic 2015 Aquí no passa res

Nos habían dicho y repetido que no podían imaginar una España sin Catalunya pero, a la hora de la verdad, callan como muertos. Durante el cara a cara televisivo entre Rajoy y Sánchez, el proceso soberanista catalán fue la ausencia significante, incluso cuando el moderador puso encima de la mesa la pregunta del director de La Vanguardia sobre lo que ofrecen estos dos candidatos al 48% de catalanes que el pasado 27 de septiembre votaron opciones claramente independentistas. Este silencio tan escandaloso y forzado invita a reflexionar.

No puedo ubicarme en la percepción de un ciudadano de fuera de Catalunya, pero imagino que hay una buena parte de votantes españoles que también ven extraño que ni el candidato del PP ni el del PSOE se dignaran a hablar sobre una realidad que se llegó a calificar de “golpe de Estado” desde varios medios. Por arte de magia, el drama ha desaparecido de la agenda de campaña de los dos grandes partidos, como si no pasara nada. ¿El motivo? En Catalunya, efectivamente, no pasa nada. Dicho de otra manera: no pasa nada de lo que había anunciado el soberanismo que pasaría después del 27-S. Por lo tanto, los dos candidatos piensan que, poco a poco y sin mucho esfuerzo desde Madrid, será la propia dinámica interna catalana la que detendrá un movimiento que surgió con mucha fuerza y que ha puesto en guardia a todos los poderes del Estado.

La actitud de Rajoy y Sánchez invita a una meditación autocrítica de los partidos y las entidades que propugnan la independencia. Si el proceso no hubiera quedado detenido por una negociación incomprensible entre Junts pel Sí y la CUP y tuviéramos en funcionamiento un nuevo Govern, es seguro que Catalunya habría estado muy presente en el cara a cara del otro día y en el conjunto de la campaña del 20-D. Además, si en vez de ir separados como en el viejo orden autonómico que dicen querer superar, convergentes y republicanos hubieran repetido la experiencia de Junts pel Sí, el soberanismo estaría en disposición de conseguir el primer lugar en las circunscripciones catalanas el domingo, algo que ahora parece difícil ante C’s y En Comú Podem.

A propósito de este panorama, es poco convincente la explicación que Junqueras dio el miércoles desde el programa de Jordi Basté cuando le pregunté porqué no había tenido continuidad Junts pel Sí. Según el dirigente republicano, mientras CiU y ERC habían sumado anteriormente en el Parlament mayoría absoluta, la plataforma liderada por Romeva no lo consiguió y añadió que “nunca la suma había sido tan baja”, lo cual no tiene en cuenta que, en tanto por ciento sobre el censo (y con una participación excepcional), Junts pel Sí hizo un buen papel a pesar de la victoria ajustada, porque antes votaba menos gente y eso facilitaba las mayorías absolutas en tanto por ciento sobre los votos recibidos por convergentes y republicanos. De hecho, en tanto por ciento sobre el censo, el independentismo obtuvo el 27-S la cifra más alta desde los comicios de 1999, un dato al que debe añadirse que la Convergència de antes no apostaba por la independencia. El motivo real de no repetir la coalición es más sencillo: la dirección de ERC aspira a quedar por delante de CDC (como en las europeas) para poder anunciar solemnemente un definitivo cambio de hegemonía dentro del catalanismo/soberanismo. Hay prisa. Es un objetivo bien legítimo, pero pone de relieve que los intereses de partido y las obsesiones personales pesan más que el compromiso compartido del conjunto del soberanismo.

Junqueras viene a decirnos que Junts pel Sí es hoy un artefacto obsoleto, la reminiscencia de una posibilidad truncada, un ensayo que fracasó. Por lo tanto, el grupo principal de la Cámara catalana después del 27-S, el grupo que tiene la obligación de impulsar la legislatura y el proceso, ha acabado siendo un holograma, un conjunto de convergentes, republicanos e independientes que tienen que convivir bajo el mismo paraguas a la fuerza. La pregunta es obligada: ¿el grupo parlamentario que está negociando con la CUP la investidura y la creación de un nuevo Govern disfruta ahora de las mínimas lealtades indispensables entre los líderes que fueron de la mano a los comicios del 27-S? Lo que se dice en algunas reuniones de Junts pel Sí y la CUP pondría los pelos de punta a la buena gente que pensó que las reyertas podían superarse. Y no me refiero, en este caso, a las palabras de los anticapitalistas. Si finalmente la CUP inviste a Mas, los problemas principales quizás no vendrán de los asamblearios.

Las elecciones del domingo pillan al soberanismo catalán más dividido de lo que parece. Las pulsiones cainitas que se congelaron antes del 27-S vuelven y lo hacen sin mucho disimulo. Como eso no es ningún secreto, Rajoy y Sánchez han decidido que Catalunya no les distraiga. No les preocupa despreciar descaradamente al 48% del electorado catalán, piensan que esta cifra puede ir desinflándose si el proceso embarranca y sus responsables políticos no saben salir del pantano. Es su previsión.

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