08 ene 2016 Polítics com l’Esteve
El día siguiente de mi cumpleaños me llega una mala noticia: un buen amigo ha fallecido a causa de una enfermedad grave que soportó en silencio y con discreción. Tenía 62 años y hacía poco que se había jubilado. Esteve Orriols, que fue alcalde de Vilanova i la Geltrú durante los años noventa, es una de las personas que mejor me explicaron –cuando yo era joven– qué significa el compromiso con la democracia y con la nación catalana, que siempre vio como una suma de personas y no como una abstracción idealizada. Su catalanismo era el del progreso y el bienestar de la gente, por eso nunca tuvo un no cuando alguien le pedía ayuda. Más de una vez y de dos, allí donde las instituciones no podían hacer nada, Esteve ponía su esfuerzo particular, en horas y en recursos, generosamente. Desde su fe de cristiano de base, sabía estar al lado de quien sufre, más allá de ideologías, burocracias y apariencias. Y porque llevaba dentro la pasión castellera de los Bordegassos de Vilanova nunca dudó de que sólo salimos adelante cuando sabemos hacer piña.
La última conversación larga que tuve con él fue después del estallido del caso Pujol. La confesión del ex president fue un acontecimiento que le golpeó y le disgustó profundamente, con una intensidad que me impresionó. Orriols –que provenía de la lucha antifranquista, de militar en el Moviment Socialista y de haberse aproximado a aquel PSAN donde se reunían los cuatro independentistas de antaño– había conocido al Jordi Pujol anterior al pujolismo, cuando CDC era un proyecto que se iba montando pueblo por pueblo, con cuatro cañas. Ver cómo el líder que él había admirado rompía su pedestal le llevó a cuestionarse muchas cosas, no desde la teoría sino desde la experiencia de quien gobernó una ciudad y fue diputado muchos años en el Parlament. Lejos del cinismo y el oportunismo, el desengaño del amigo Esteve y otros debería servir para repensar varios conceptos desde abajo, sin miedo.
Personas como Esteve –Esvinto, para los amigos– hicieron posible la transición, la autonomía y los primeros ayuntamientos democráticos, hablo de gente de todos los partidos, que sintió la pasión de un tiempo nuevo de más justicia y libertad. Él a menudo decía –parafraseando al periodista Manuel Ibáñez Escofet– que las actitudes son más importantes que las ideas, una divisa que intentó aplicar en toda circunstancia, a pesar de la dureza de la vida pública, repleta de disputas y miserias. Una divisa que le hizo próximo a mucha gente que defendía otras posiciones, como Joan Rodríguez, histórico militante comunista, de quien siempre hablaba con afecto. Ahora que está de moda disparar contra la supuesta vieja política, hay que recordar que –afortunadamente– también hemos tenido y tenemos personas honestas dedicadas al interés general.