11 abr 2016 Autogols i llengües
Soy crítico con el manifiesto del Grup Koiné, por razones de oportunidad política y por aspectos de contenido. Respeto a muchos de los que han firmado este papel, pero considero que la lengua –desde el punto de vista político- es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos exclusivas de filólogos y sociolingüistas, del mismo modo que el uso de la energía nuclear no es un asunto sólo de físicos e ingenieros. El campo de las decisiones políticas responde a lógicas no académicas: a partir del conocimiento de la realidad, el político intenta una síntesis de intereses muy delicada.
Es inoportuno y contraproducente abrir el melón de las políticas lingüísticas justamente cuando el independentismo necesita más votos, más tiempo y más unidad política. En medio del pulso con los poderes del Estado, es de una gran miopía política ponerse a discutir si habrá una lengua o dos con carácter oficial. Este resbalón se incluye dentro de un problema que ya he apuntado: intentar hacer a la vez la desconexión y un proceso constituyente (donde tocaría hablar de lengua y de mil cosas más) es un error estratégico que degenera en autogoles y ruido. Y eso no ayuda a aumentar el apoyo a la independencia. “¡Nunca será el momento de hablar de lengua!”, se exclaman irritados algunos. A estos les pido que salgan de su cuadrícula y observen las dificultades del proceso en su conjunto.
El objetivo de los impulsores del manifiesto es, sobre todo, advertir de ciertos peligros, cuyo principal es una futura Catalunya que, a efectos lingüísticos, fuera como Irlanda o Andorra, donde el catalán podría acabar siendo folklórico. Puedo compartir esta inquietud, pero no la nostalgia que destila el papel por un país que no volverá, ni la valoración negativa que se hace de los resultados de la normalización. Por ejemplo, hay un dato muy relevante: un 15% de personas que tienen el castellano como primera lengua asumen el catalán como lengua propia. Por otra parte, hablar de la inmigración como de “colonización lingüística” (aunque se añada el concepto “instrumento involuntario) indica que algunos han olvidado las premisas del catalanismo reformulado después de la Guerra Civil. El PSUC, Pujol, Candel y el PSC definieron muy bien el terreno de juego.
Obviamente, la última inmigración, la deslocalización cultural, la globalización y las nuevas tecnologías obligan a revisar antiguas certezas, pero sin cargarnos nunca los consensos que han conjurado la división étnica. Algunos –desde el centralismo y el unitarismo- han aprovechado el manifiesto para soltar su odio obsesivo contra el nacionalismo catalán, como Morán. A él y a otros hay que recordarles que el único fascismo y racismo que hemos conocido los catalanes es el que fomentó el franquismo durante cuarenta años de dictadura. Las mentiras miserables no dejan de serlo aunque se repitan cada semana.