13 may 2016 Suïcidi amb Periscope
Una chica francesa de 19 años se ha suicidado ante todo el mundo mediante la aplicación por móviles Periscope, una herramienta que permite transmitir en directo y que, entre nosotros, popularizó el futbolista Gerard Piqué. Aunque la chica había anunciado que pasaría algo, nadie pudo evitar la desgracia. Ahora, como acostumbra a ocurrir ante este tipo de episodios, se hablará más de los peligros de Periscope que del suicidio. Somos animales en prácticas y tendemos a obsesionarnos por el dedo que señala la Luna. Tal como reflexionaba hace dos días en estas páginas Salvador Cardús, el smartphone “ahora concentra todos los miedos, todas las iras, todos los pronósticos apocalípticos”, una visión que –como él mismo pronosticaba– irá modificándose a medida que estos aparatos dejen de ser una novedad desconcertante.
Hay cosas que vienen de antiguo. Los suicidas de antes no utilizaban Periscope, sin embargo –en mucho casos– escribían notas o cartas para hacer saber los motivos de su decisión, especialmente al juez. Lo que ayer era escritura hoy es grabación de imágenes. No es exactamente lo mismo, dirán ustedes. Y tendrán razón. Periscope en manos del suicida tiene un impacto superior a la misiva dejada por quien se larga definitivamente, aunque hay escritos de este tipo que corroboran la falsedad radical de aquel adagio según el cual “una imagen vale más que mil palabras”. Un hilo une al suicida que escribe con el suicida que graba su momento de salida: la clara voluntad de dejar un testimonio y el deseo de dar sentido a un gesto que los otros interpretarán a su manera. Periscope hace que el testimonio también sea –pueda ser– un espectáculo de masas, he ahí la novedad. Hay quien ha colgado el vídeo de la chica francesa en YouTube, con el momento de la muerte censurado, como si eso fuera menos pornográfico o más tranquilizador. Es justamente todo lo contrario: el fuera de campo –lo han utilizado grandes cineastas– es lo más potente para explicar una escena dura y difícil. Dejar que nuestros horrores llenen el vacío generado.
El suicidio es un relato extremo. Quizás es el único relato en que el autor/protagonista debe resignarse a ser malinterpretado de una manera abusiva y recurrente por cualquier espectador, por cualquier curioso. El suicida quiere explicarse (a veces tampoco lo hace, hay que decirlo) antes de que los que le rodean lleguen a conclusiones erróneas, sumarias. Pero la verdad radical (la verdad más indócil en tiempo de simulacros inadvertidos) de quien se quita la vida no cabe nunca en una carta, ni en unas imágenes de Periscope. El límite del suicida como narrador impotente es insalvable, y eso no hay Periscope ni grabación en directo que pueda corregirlo. La tiranía del misterio se impone y, entonces, sólo somos residuos del estupor.