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Francesc-Marc Álvaro | Ni heroi ni empestat
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19 may 2016 Ni heroi ni empestat

La visita de Arnaldo Otegi al Parlament ha provocado todo tipo de reacciones. Es el típico episodio que redibuja con claridad el perímetro de las incongruencias y de las hipocresías de varios actores políticos. Es la situación clásica que pone a prueba la relación entre la retórica sobre la que se sustenta la transición y su vigencia/adaptabilidad a un contexto nuevo. Estamos ante una escena en la que el recurso a la demagogia no encuentra ningún tipo de freno porque se presume que la invocación tramposa del dolor y de las víctimas actúa como mecanismo de bloqueo de cualquier debate y, por lo tanto, de expulsión de todo argumento que se plantee en términos de racionalidad y responsabilidad. ¿Puedo recordar que la responsabilidad es –debería ser– una divisa de cualquier político?

Como siempre que se habla de ETA, hay que hacer algunas previas, para esquivar a los profesionales de la distorsión mediática, los que cogen el rábano por las hojas. En un contexto de democracia, me parece injustificable sin excepciones el recurso a la violencia política. Nunca he sentido ningún tipo de simpatía por ETA ni por grupo alguno que se haya servido del terrorismo para defender su causa. Tengo amigos que habían sido amenazados por los etarras y tengo muy claro dónde está la raya que separa la víctima del verdugo. Por otra parte, siempre he pensado que importar el modelo de la izquierda abertzale es un error de grandes proporciones y he criticado abiertamente la imitación infantiloide que algunos hacen de sus planteamientos y tácticas. Desgraciadamente, la vasquitis ha sido una tendencia demasiado presente en entornos catalanistas, hasta hace poco. El proceso que arrancó en Catalunya en el 2010 ha servido –también– para remarcar las profundas diferencias entre dos naciones que forman parte del Estado pero responden a factores (históricos, demográficos, culturales, económicos y políticos) poco comparables.

Dicho esto, la principal cuestión política que anida bajo esta polvareda es averiguar si Otegi es o no una figura relevante –quizás indispensable según muchos– para consolidar la paz y reconstruir la convivencia dentro de la sociedad vasca. Los que conocen bien aquella realidad aseguran que el papel del líder de Sortu ha sido –desde hace tiempo– esencial en el adiós a las armas de ETA. ¿Por qué no deberíamos valorar positivamente en Otegi el viraje que sí apreciamos, en cambio, en otros dirigentes de grupos terroristas que apuestan, ­finalmente, por la vía democrática? Después de seis años y medio en prisión, una vez ha pagado por sus delitos, este hombre se dedica a hablar. Es la cara visible y el referente de un mundo en profunda mutación. Esta transformación no es fácil, todavía hay una minoría que considera una claudicación lo que hace y dice Otegi. La pregunta es obvia: ¿hay que reforzar a Otegi o hay que destruirlo, para hacer irreversible la pacificación? Si no se quiere jugar con fuego, todos sabemos cuál es la respuesta correcta. Salvando todas las distancias, recuerden que el Estado británico apostó por Gerry Adams como interlocutor, un líder que –a pesar de su autoridad– también tenía enemigos dentro del campo republicano.

Si se tiene todo eso en cuenta, el Parlament puede y debe escuchar a Otegi. Y, más allá de las exigencias del presente, también porque ETA golpeó varias veces Catalunya, haciendo mucho daño. Nuestros parlamentarios –sean del color que sean– no pueden simular que todo eso no les interesa. Escuchar a Otegi no implica compartir su visión. En este sentido, me parece muy adecuado lo que ha escrito en su blog Robert Manrique, víctima de ETA y exportavoz de la Associació Catalana de Víctimes d’Or­ganitzacions Terroristes (Acvot): “Pero también debo acatar la legislación que permite que este individuo ­esté en la calle y pueda ser invitado por quien lo desee. Y puesto a tener que acatar la ­legislación, tengo la sangre fría de per­mitir a Otegi que hable en el Parlament catalán para poder juzgar después sus palabras y opinar al respecto. No puedo olvidar que siempre es mejor utilizar la palabra para ex­poner lo que hasta octubre del 2011 se exponía asesi­nando”.

Los antiguos tenían una máxima que sería de buena aplicación en este caso: “Nada en exceso”. Ha sido exagerado que Carme Forcadell recibiera a Otegi como presidenta de la Cámara, teniendo en cuenta que ejerce un cargo suprapartidista que reclama equilibrios muy afinados. Y pienso que también ha sido impropio –y poco edificante– el intento de utilización partidista de las víctimas llevado a cabo por PP y C’s, con frases lamentables de García Albiol. Los diputados populares –como los de C’s y los del PSC– están en su derecho a no escuchar a Otegi en la comisión de Exteriores, pero nadie tiene el derecho a poner en primer plano a las víctimas para contraprogramar una visita. Ni honores ni gesticulaciones demagógicas. Otegi no es ni un héroe ni un apestado. Es una pieza importante para construir un futuro sin violencia.

Mientras escribo este papel, tengo ante mí dos fotos: Gadafi con Aznar y Gadafi con Zapatero. ¿Qué escándalo, verdad?

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