23 may 2016 Més que governar
Dicen que CDC ha muerto pero que tendrá un hijo que será, más o menos, lo mismo. ¿Qué significa eso? Mientras se aclaran, hagamos memoria: la gloria y el problema estructural de CDC son haber sido un partido pensado sólo para gobernar. Desde 1980 y hasta 2003, los convergentes tuvieron en las manos el Govern y, desde 1979, muchísimos ayuntamientos. Cuidado: me parece lógico que una formación de vocación mayoritaria tenga como prioritario estar en el gobierno; pero este sentido institucional y pragmático ha generado también una cultura interna apolítica y blanda. El convergente típico es ajeno a la promesa moderna de la política: fabricar ideas que aspiren a explicar (y resolver) los problemas y, si es posible, a transformar la realidad desde el gobierno. El pujolismo era tecnocracia con dosis de nacionalización. Ejemplo paradójico: una burocracia copiada de Madrid y, a la vez, una TV3 pensada con mentalidad de estado.
Pensar que la voluntad de hegemonía es un asunto únicamente de la izquierda postcomunista es un error propio de gente acostumbrada a gestionar más que a hacer política. Por eso el momento más interesante de CDC fue cuando tuvo que repensarse desde el desierto, contra el tripartito. Entonces, y haciendo algo que nunca habían hecho los convergentes (vivían de los principios de Pujol), se dedicaron a las ideas y a generar complicidades nuevas en la sociedad. De manera especial entre 2006 y 2010, Mas entendió que debía afirmarse como líder creíble (no teledirigido) y decir cosas nuevas, lo que implicaba superar el pujolismo (y sus tics dinásticos). Lo hizo muy bien y, gracias también a la discordia del tripartito, llegó al gobierno. Pero los convergentes tienden a olvidar en el poder todo lo que aprenden en la oposición; el caso de Barcelona es de tesis doctoral.
La crisis económica, el proceso soberanista, el caso Palau, la confesión de Pujol, la ruptura con Unió, la creación de Junts pel Sí y el paso al lado de Mas no han hecho más que acelerar el desgaste de los materiales de una organización infectada por lo que Bernard Crick llama “conservadurismo no político”, entiéndase no en sentido ideológico sino actitudinal. Por eso la apuesta de Mas por una refundación –avalada por dos tercios de la militancia- no servirá de nada si no es, principalmente, la construcción de una nueva mentalidad, en contra de la confortabilidad convergente. Y eso tiene más que ver con revisar la concepción profunda del poder, de la democracia, de la sociedad y de la política que con discutir si hay que ser más liberal o más socialdemócrata. Es la manera de pensar, no tanto lo que piensas.
La refundación de CDC se hace para restaurar la credibilidad de un proyecto. Pero no habrá tal restauración sin caras nuevas y sin conciencia de que esta es una difícil batalla cultural antes que de supervivencias personales.