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Francesc-Marc Álvaro | Maneres de morir
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03 sep 2016 Maneres de morir

Lo que pasó ayer en el Congreso de los Diputados –segunda votación de investidura– me provoca una pregunta, que no quiere ser improcedente: ¿el no de Pedro Sánchez a “dejar gobernar” a Rajoy es una cuestión de principios, de coherencia o de supervivencia? Supongo que la primera reacción conduce a pensar que el líder del PSOE busca, sobre todo, salvar su trayectoria. Pero traten de girar la historia: Sánchez parecía políticamente muerto pero, después del 20-D, resucitó y posteriormente, tres el 26-J, ha exhibido una notable resistencia a las presiones de los que propugnan la continuidad del PP en el Gobierno. ¿Qué quiere Sánchez? Hipótesis plausible: escoger él su manera de morir. Equivocarse con sus decisiones y no con las de los otros sería una manera menos dramática de decirlo.

¿Sería suficiente para el PSOE que Rajoy imitara a Artur Mas y diera un paso al lado para evitar, de esta manera, las terceras elecciones? Veo que los rumores que llegan de Madrid apuntan esta posibilidad pero no parece que el líder popular piense que ha llegado la hora de salir de escena. Está demasiado a gusto en su papel y cuesta imaginar quién podría hacerlo mejor. Si esto fuera teatro, todos los personajes tendrían un dibujo claro, menos el de Sánchez. Rajoy conecta con los que quieren que la vida funcione sin que se note, Iglesias conecta con los que quieren otra vida y Rivera conecta con los que tienden a creer que sin ellos no hay vida posible. En cambio, Sánchez –en una especie de vida artificial– es un personaje que se escapa del guion y por eso es más interesante hoy que hace tres meses. De los cuatro, el socialista es el único que evoluciona realmente dentro del relato y es el único que ha desafiado una inercia que lo convertía en más que un figurante y menos que un protagonista.

La transición española se hizo a partir de una agregación de debilidades, pero entonces eso era una virtud. Hoy, la debilidad es bloqueo. La debilidad de Sánchez es la debilidad de unos números que salen de una sociedad cada vez más fragmentada y más compleja, por eso los votantes socialistas apoyan a su líder y eso relativiza el peso de unos editoriales que piden intensamente que el perdedor que se pretendía alternativa facilite la llegada al poder del vencedor. Y, por debajo de todo, está la cosa catalana, que durante la transición actuó como acelerador de las reformas y ahora es el miembro fantasma del mutilado, aquella pierna cortada que sigue doliendo cuando llueve. Por eso los vascos han adquirido ahora una densidad escénica que les favorece tanto como les estorba, y por eso Ciudadanos no será nunca aquella bisagra periférica de antaño.

Sánchez ha conseguido –él solito– que esta farsa de tan escaso vuelo adquiera –finalmente– la coloración de las viejas tragedias. Es de agradecer.

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