02 ene 2017 El que ningú no sap
Después del mensaje de Año Nuevo de Puigdemont queda claro que el president quiere cumplir durante el 2017 su compromiso de organizar un referéndum sobre el futuro de Catalunya. A la vez, Rajoy ha reiterado que este asunto no será motivo de diálogo ni de cambio de consideración por parte del gobierno. De fondo, están los procesos judiciales contra varios dirigentes de los partidos impulsores de la independencia. De fondo, también, el debate sobre los presupuestos de la Generalitat, que necesitarán los votos de la CUP para ser aprobados. Más allá de las voluntades personales, de las hojas de ruta y de las declaraciones solemnes, entramos en un escenario donde nadie sabe qué pasará. ¿Por qué es tan difícil hacer una previsión sobre el proceso catalán?
En primer lugar, porque una parte importante del recorrido futuro del proceso depende de un factor esencial pero complicado de calcular. Me refiero al nivel de respuesta en la calle que las bases independentistas puedan exhibir ante las reiteradas prohibiciones y represalias judiciales que los poderes del Estado vayan desplegando. La ANC y Òmnium han demostrado una excelente capacidad de organización en las manifestaciones del Onze de Setembre, pero no hablamos de eso. Si Madrid cierra todas las vías para que se pueda votar sobre la independencia, la protesta pacífica a gran escala sería un instrumento más que probable para poner en evidencia que el referéndum se ha convertido en un tabú. Pero eso exige una actitud que va más allá de ponerse una camiseta. Y pide también una estrategia y un gran consenso, para evitar gestos contraproducentes, acciones contradictorias y concursos para saber quién desobedece más.
En segundo lugar, no sabemos de qué manera influirá la presión del Estado sobre la siempre precaria unidad independentista. Una cosa es hacerse la foto acompañando a alguien a declarar ante el juez y otra es dominar seriamente las pulsiones partidistas y personalistas que hacen de la retaguardia del proceso un bosque de rumores, desconfianzas y maniobras extrañas. Que Puigdemont se haya puesto fecha de caducidad es un problema y una ventaja a la vez. Es un punto débil pero también limita ciertas imposturas de otros actores.
En tercer y último lugar, es una incógnita el papel exacto que en este nuevo tramo del conflicto adoptarán los comunes y, sobre todo, Colau. En la medida en que se incremente la presión punitiva sobre el independentismo, las ambigüedades de este sector serán más difíciles de repetir y de argumentar. Por otra parte, las divisiones en la cúpula de Podemos y las sensibilidades diversas sobre Catalunya que muestran sus dirigentes son factores que, de una u otra forma, impactan en las posiciones de un ámbito que –además– este año creará un partido nuevo, pensando justamente en los futuros comicios catalanes.