ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Si balla, vota’l
4227
post-template-default,single,single-post,postid-4227,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

12 ene 2017 Si balla, vota’l

Los acontecimientos de la política se suceden velozmente en nuestras pantallas, pero los actores políticos hablan del futuro como si siempre hubieran pensado descansadamente en ello. Vuelvo a leer La lentitud, de Milan Kundera, publicado en 1995. En las primeras páginas, encuentro esto: “Porque la fuente del miedo se encuentra en el futuro, y quien se ha liberado del futuro no debe temer nada”. El imperio de las encuestas nos demuestra que los políticos confunden “el después” con “el futuro”. ¿Después? Después siempre hay unas elecciones u otras por preparar. Después de Navidad, o después del verano, o después del debate de presupuestos, o después del congreso del partido… Los políticos se liberan del futuro a cambio de pensar en el después electoral, que es una forma de supervivencia que hemos dado por buena. Pensar en las elecciones no es malo, pensar sólo en las elecciones es poco inteligente. No es un problema de corto plazo, es un problema de imaginación.

Nuestras democracias –basadas en la predicción del comportamiento de los electores y en las oscilaciones de la opinión pública– han creado una idea solemne del futuro, una idea excesivamente sagrada y literaria del lugar que vinculamos a nuestros hijos y nietos. Paradójicamente, cuando los partidos redactan sus programas, les cuesta poner las luces largas y escapar de las turbulencias del momento. Otra cosa es que los programas intenten compensar este inmediatismo con apelaciones genéricas a objetivos perennes. Pero eso son consejos de decoración que sirven para decir que “tenemos unos principios” y “nos mueven unos valores”. El futuro a debate tiende a hacer acto de presencia en contextos donde las reformas no dan respuesta a ciertas demandas.

Tomemos el Brexit. El referéndum sobre el Brexit fue una consulta vinculante sobre el futuro de los ciudadanos del Reino Unido, que decidieron abandonar la UE, que es un proyecto pensado para consolidar la paz, el comercio, los derechos sociales y la cooperación entre los estados del Viejo Continente después de dos guerras mundiales. Resulta desconcertante que un elemento clave en la victoria de los partidarios del Brexit no fuera el futuro sino el pasado, o la nostalgia por una grandeza británica postimperial idealizada. El futuro es una UE que, a pesar de sus problemas, errores y debilidades, genera un espacio común. Es un espacio imperfecto y lastrado por las lógicas estatales, pero representa un modelo de convivencia sin precedentes. Para muchos británicos, este futuro no es lo bastante atractivo, lo cual invita a pensar que –más allá de las falacias de algunos antieuropeístas– Bruselas falla cuando debe explicar dónde vamos y cómo. El futuro no se vende sin esfuerzo, requiere una cierta ejemplaridad para fundamentar los discursos de la esperanza.

Volvamos a Kundera. En esta misma novela habla de los políticos como bailarines: “El bailarín se distingue del político ordinario en que no desea el poder, sino la gloria” porque su objetivo es “ocupar el escenario para hacer brillar su yo”. No quiere gestionar ni transformar, sino ser el centro. El judo moral es –según el autor checo– la técnica de combate de estos individuos. Kundera se anticipó a nuestros días con una exactitud admirable: “Si un bailarín tiene la posibilidad de entrar en el juego político, rechazará ostensiblemente todas las negociaciones secretas (que son, desde siempre, el terreno de juego de la verdadera política) y las denunciará como mentirosas, poco honestas, hipócritas, sucias; hará proposiciones en público, en un estrado, cantando, bailando, y conminará expresamente a los otros a seguirlo en su acción; insisto: no discretamente (para dar al otro tiempo de reflexionar, de discutir contrapropuestas), sino públicamente, y si puede ser por sorpresa: ‘¿Está dispuesto ahora mismo (como yo) a renunciar a su salario del mes de marzo en provecho de los niños de Somalia?’. Sorprendidos, los que lo rodean sólo tendrán dos posibilidades: o bien rechazarlo y desacreditarse así como enemigos de los niños o bien decir sí en medio de un aprieto terrible que la cámara deberá mostrar maliciosamente”. Estamos aquí, ni más ni menos. Estamos en este carnaval. Hay varias figuras de nuestra política –barcelonesa, catalana, española, europea– que encajan en esta descripción. Pero no se trata de casos aislados, sino de una tendencia más allá y más acá de los tics populistas, de una aguda mutación de las categorías del juego político y de la concepción de este.

La devastación cínica ligada a la crisis económica e institucional ha dado alas (y público) a la gesticulación moral de los nuevos bailarines políticos, capaces de ­hacer las mismas promesas que los polí­ticos convencionales sin que lo parezca, ­como muñecos de un ventrílocuo. El es­caparate más interesante de este fenómeno es el Ayuntamiento de Barcelona, donde el pacto de gobierno entre los que denunciaban a la casta y sus supuestos representantes ha conseguido que el futuro prometido y el pasado criticado de manera furibunda se fundan en una nueva fábula de redención.

Etiquetas: