10 abr 2017 El partit de l’endemà
El nuevo partido de los comunes –lo tenemos escrito desde que la cosa era sólo una intención– se basa en dos realidades más allá de cualquier retórica y teorización: el éxito del personaje Colau y la constatación de que el espacio del PSC es ocupable con facilidad, sobre todo en Barcelona y el área metropolitana. Desde Madrid, Iglesias y los suyos se dieron cuenta –sobre todo gracias a las dos últimas generales– de que el arraigo de Podemos en Catalunya no se producirá al margen de la alcaldesa de Barcelona, extremo que acepta todo el mundo y que choca sólo con las ambiciones de Fachin, que parece no entender de qué va esta operación. Ahora, a medida que el proceso catalán recibe jarabe de palo judicial, queda claro que el artefacto construido en torno a Colau también pretende ser –ante todo– el partido del día siguiente. Esto es la opción que se ofrecerá como cura y desatascador después de un posible colapso de la hoja de ruta independentista.
Colau contará con la bendición del establishment local y de los poderes del Estado. Ya se ha visto en la capital catalana que los abanderados de la nueva política ladran pero no muerden. Puigdemont da más miedo que la antigua heroína de la PAH. Detrás del postureo peronista, los comunes siguen los sabios consejos de los gerentes maragallistas, porque con las cosas de comer no se juega. La nueva impostura servirá para intentar ganar la Generalitat cuando sea la hora. El partido del día siguiente no es la desaparecida Unió de Duran ni el proyecto de Fernández Teixidó. El partido del día siguiente es esta suma de poscomunistas, ecologistas e izquierdas universitarias, oferta reciclada para tener cargos y sueldos como hacen los otros, incluidos los veteranos de ICV, que son tan alternativos como la Virgen de Montserrat. Se habla mucho de hegemonía pero todo es menos sofisticado de lo que parece: el objetivo –legítimo– es el poder institucional, nada nuevo bajo el sol.
El de Colau es un partido pensado para crecer en medio de un eventual fracaso independentista. Un partido clavado en el mainstream catalán indoloro: un poco catalanista y de izquierdas, pero sin molestar a los poderes fácticos. Haciendo guiños al socialismo de toda la vida, desgastado y declinante. Y criticando y alabando a la vez el municipalismo oficial que ha controlado el área metropolitana desde 1979. La figura de Colau lo es todo: una ideología, un perfume y una marca, el resto es secundario. Por eso los comunes son ambiguos y contradictorios en la definición de principios, por eso pueden prometer una República social sin poner en cuestión la monarquía, y no pasa nada. Doctrina líquida y folklore estudiantil para un populismo que Madrid acepta como mal menor, que los ministros del PP –como hemos visto– ya se fotografían con la alcaldesa. Pregunta obligada: ¿Qué hará la ERC posproceso ante esto?