15 oct 2000 Alejandro Sanz – Requerit per l’edat subtil
La compañía Warner Music lanzó a la venta, el pasado 26 de septiembre, “El alma al aire”, el quinto disco original del compositor e intérprete Alejandro Sanz. Su anterior trabajo, “Más”, mereció el reconocimiento de la crítica y le convirtió en el artista español que más rápidamente y con mayor número de copias –más de 2.100.000– ha sido indiscutido superventas.Rebasada ya la treintena, casado con la modelo Jaydy Mitchel y con nueva casa en Madrid, el que fuera ídolo de masas aparece hoy como un creador sutil.
Silvia vive en un piso de 60 metros cuadrados en Bellvitge, tiene 29 años, un hijo de cuatro y algunos trabajos temporales. En el verano del 98, poco después de separarse de su marido, se fue al concierto de Alejandro Sanz con dos amigas y su prima. En el barcelonés Palau Sant Jordi, escuchó que alguien cantaba por ella lo que ella sentía y no sabía decir:
“Para qué me curaste cuando estaba he- río/ si hoy me dejas de nuevo con el corazón partío”.
Pero intuyó que el artista ya no cantaba para edulcorar a niñas del instituto. El tiempo raro se había metido en esas estrofas. Silvia fue fan adolescente de este músico y hoy es una adulta que sabe la distancia exacta entre una canción y la vida. Y, sin haberlo leído, daría la razón al afilado Joan Fuster cuando definía el amor en su “Diccionario para ociosos”: “El amor es una invención del siglo XII. La frase, pronunciada, si no me equivoco, por un erudito bien respetable, podría parecer un despropósito. No lo es: nada. Incluso deberíamos admitirla en su precisión más taxativa, que nos sitúa delante del fenómeno social y cultural de la poesía de los trovadores. Siempre ha habido ‘amor’, una forma u otra de amor, atando a las parejas humanas”. Sanz, trovador en el tiempo de los no lugares y de Internet, dice lo mismo con otras palabras:
– Siempre se busca mil maneras de hablar de un tema. Es de lo que hablan todos y nadie sabe lo qué es.
Lo dice con ese punto justo de desapego elegante de quien ha superado la frontera de los 30 y se ha aceptado como el mejor personaje a escoger. Se lo contaba al colega Emilio Manzano:
– Aceptas tus defectos, que es una cosa que yo no sabía lo que era, me peleaba constantemente conmigo mismo, hasta que te das cuenta de que esos defectos, si los tratas bien, te tratan bien ellos a ti también.
El compositor y cantante madrileño exhibe con soltura y tiento la edad ambigua entre una madurez precaria y una ingenuidad crepuscular. El artista postadolescente ha confesado estar más seguro que nunca con lo que hace. Se nota en su último disco, “El alma al aire”, que ha llegado al secreto más recóndito de todo creador. Finalizar la obra con un punto controlado de imperfección, no escribirlo todo, no pintarlo todo, no afinarlo todo. Elude la falsa perfección brillante del artesano para hacer evidente esa autenticidad expresiva que pone al talento en solitario frente al público. Por eso sus canciones gustan más cuando más se escuchan, pero cada vez son menos pegadizas, más alambicadas. Sanz ha saltado la tapia con la escalera y, ahora, ha tirado la escalera de una patada. Disfruta con el riesgo de hacer de Alejandro Sanz mejor que nadie, pero sorprendiéndose, rehuyendo el molde cómodo. Y define su evolución con claridad:
– No busco un sitio donde quedarme, sino más bien un sitio por donde pasar.
Requerido por la edad sutil en que un tipo saca lo mejor de sí mismo o se estrella en el conformismo, se ha convertido ya en parte de la educación sentimental de la generación que recuerda la muerte de Franco, porque la escuela cerró unos días. En diciembre cumplirá los 32, convertido en hacedor sincero de lírica digna y asequible para los nuevos adultos de la segunda transición, como antes Miguel Bosé había sido el ídolo de la transición suarista y Mecano la marcha de los primeros años socialistas, y El Último de la Fila había puesto color al ciclo olímpico de Barcelona’92. Pero Sanz rechaza ser profeta de nada o de nadie. Como tantos de sus coetáneos, admite que ya no hay ideologías totales y salvadoras:
–Ninguna me satisface. Es difícil. Hubo un tiempo de ideologías contundentes. Era otra época diferente a la que me ha tocado vivir.
En 1989, se vino abajo el muro de Berlín y el artista grabó su primer disco, una rareza hoy de coleccionista que firmaba con el nombre de Alejandro Magno. Cuando los niños admiraban a Gaby, Fofó, Miliki y Fofito por la tele en blanco y negro, el que por entonces se llamaba Alejandro Sánchez Pizarro pasaba horas y horas escuchando discos de Paco de Lucía. Tenía siete años. El guitarrista es una referencia a la que Sanz siempre vuelve. Y el flamenco es el magma oscuro de donde extrae autenticidad y fuerza, y también esa ironía burlona que no todos captan a la primera. Se mueve en el difícil límite entre el malditismo íntimo y la disciplina de una industria que existe y crece a partir de su talento. Lo lleva bastante bien, quizás porque es alguien que creía en sí mismo mucho antes de ser tocado por las superventas y la crítica. Tras escuchar la última grabación de Alejandro Sanz, llamamos a Silvia, la de Bellvitge, y le leemos aquello que escribió René Char: “Se acerca el tiempo en que sólo aquello que supo permanecer inexplicable podrá requerirnos”. Ella ya lo sabía. Y acudiremos.