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Francesc-Marc Álvaro | J.J. Ibarretxe – L’arquer que va trepitjar xiclet
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22 oct 2000 J.J. Ibarretxe – L’arquer que va trepitjar xiclet

En coincidencia con la doble moción de censura que le presentaron PP y PSOE, el lehendakari, que gobierna en minoría, convocó la manifestación contra ETA que ayer se celebró en Bilbao. Ibarretxe, que llegó a la presidencia del Gobierno vasco en enero del año pasado, intenta mantener su papel institucional dentro de un clima político y social alterado por la violencia. Con 43 años y fama de hombre tranquilo, esta semana ha hecho una oferta de acuerdo para superar el estatuto de Guernica. La oposición le ha desoído.Es como si lo hubiesen fabricado dentro de un traje de amianto. Diseñado para soportar una fuerte presión que quema cada día. Un cuerpo y un semblante equipados para presidir el país donde la política rebasa los bordes del cuenco. Tanto que, a veces, a decir de sus adversarios, parece que haya quedado paralizado, inmóvil, a merced de unos acontecimientos que le sobrepasan. Debe de ser gracias a la distancia que pone entre su personaje y el escenario que transita que es capaz de practicar una cortesía contenida y pulcra, que está clavada en las antípodas de cualquier frivolidad. El lehendakari Juan José Ibarretxe lo explicaba, el pasado jueves noche, en una entrevista emitida en horario “prime-time”, en el segundo canal de Euskal Telebista, la cadena autonómica vasca:

–Mi “aita” (padre) me enseñó que la educación es la clave para andar por el mundo y para poder entenderte con alguien.

Ojalá todo fuera tan fácil como eso en Euskadi. Pero están las pistolas y también los intereses electorales inmediatos. Precisamente el “aita” de Ibarretxe y su familia, nacionalista de siempre, tuvieron que pasar unos años de destierro en Galicia, después de la Guerra Civil. Hoy, el presidente del Gobierno vasco debe de ser, después de Xabier Arzalluz, el político contemporáneo de las Españas que más insultos, improperios y desaires ha recibido desde la oposición y desde muchos medios. Pero él parece no perder los nervios. Ni después de pasar, hace pocos días, por una doble moción de censura por parte de PP y PSOE. Ni cuando –como pasó esta semana en el Parlamento vasco– sus adversarios le acusaron nuevamente de carecer de legitimidad para seguir gobernando y de autoridad moral para convocar una manifestación de rechazo a ETA como la que tuvo lugar ayer en Bilbao.

Tiene el rostro honesto y las actitudes mesuradas, casi al milímetro. Son atribu- tos de alguien a quien compraríamos, con tranquilidad, un coche de segunda mano. La paradoja es que sus contrarios insisten en decir que lo que realmente vendió el lehendakari, cuando llegó a acuerdos con EH en el contexto de la tregua de ETA, fue una gran moto. Entonces, se nos aparece el personaje vestido a la guisa de maestro arquero. Pero un arquero con demasiada mala suerte, que ha pisado un gran y pegajoso chicle del suelo, al minuto de haber disparado su única flecha. La flecha no hace diana, se sale del cuadro. El arquero no puede disparar más ni puede moverse para recuperar la flecha. Debe confiar en alguien que se la acerque. Nadie lo hace. Ante la situación, decide tensar el arco como si pudiera volver a disparar en cualquier momento. Como si tuviera flecha. Y parece que no va a cansarse. A Ibarretxe se le adivinan los muelles interiores del arquero en estado de alerta. Su espalda, algo curvada, lo indica. En este punto de la fábula, el narrador pregunta a los oyentes:

–¿Creen ustedes que Ibarretxe y el PNV actuaron de buena fe con lo de la tregua?

–Sí, de buena fe, pero se equivocaron. Ellos mismos lo han reconocido.

–Puede, pero durante casi 18 meses no hubo muertos. ¿O eso no cuenta?

–¿Y cómo estamos ahora? ¿Peor o mejor? Ibarretxe debe moverse. Debe convocar elecciones. Y no solamente porque lo pida el PP.

Quedan dos años de la presente legislatura y nadie cree que puedan completarse. Una verdadera gincana en el desierto para Ibarretxe y sus consejeros. Ante las demandas para que eche el cierre, este corredor de maratón y ciclista ha conjurado cualquier derrumbe o pájara con una mezcla extraña de disciplina, orden interno y desconexión los fines de semana. Sigue dentro del traje de amianto pero se lo quita para airearse. Al contrario que Jordi Pujol, que recorre

las comarcas en sábado y domingo, Ibarretxe prefiere aprovechar los festivos para el ocio y las devociones familiares con su esposa y sus dos hijas. Y volver, luego, a representar un personaje a quien han recortado el guión, aunque no quiera admitirlo: –Yo no soy partidario de los tiempos muertos.

Cuando era vicelehendakari con Ardanza, tenía fama, en Madrid, de ser buen negociador. Ibarretxe iba de bueno y dejaba para otros, como Javier Balza, la cara del malo. Estos mismos conocedores añaden que el actual lehendakari se sabe tanto el papel de bueno que le falta un punto de cocción para ser capaz de dar el golpe en la mesa. Se refieren, sobre todo, a la actitud ante su propio partido. Y a los merodeos que ha tenido que hacer y hace para no perder pie. En la frontera entre la fatalidad y el fracaso, entre la cuerda floja y la voluntad de resistir, entre el realismo de la gestión y el peso de la utopía, Ibarretxe es ahora una figura puesta a la intemperie. Se dice que el PNV volverá a situarlo como candidato. No hacerlo sería dar la razón a los otros. Pero, ¿resistirá tanto el amianto?

 

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