31 mar 2002 (Español) Josep Maria Álvarez – Niño santo
El XI congreso de UGT de Cataluña le ha reelegido con apoyo mayoritario para la secretaría general del sindicato, tras doce años en el cargo. A sus 45 años, ha asegurado que será su último mandato, pero muchos coinciden en que su capacidad de negociación y su habilidad para el diálogo le permitirán, en el futuro, una segunda trayectoria en otro campo. Parece estar bien con todos pero es contundente cuando lo exige el guión. Su éxito es haber hecho de UGT un sindicato más influyente que influido
Si Cataluña fuera un inmenso pesebre de Navidad, Josep Maria Álvarez podría ser perfectamente la figura del Niño Jesús. Y no sólo por la pinta de buen chico, sino porque es una de las personalidades públicas catalanas más adoradas, visitadas, consultadas y escuchadas por unos y otros. La presencia de Pepe Álvarez en un acto es algo que buscan todos los organizadores que aspiren a llegar a las mayorías y a dar una imagen de consenso transversal. Si existe un oasis catalán, el niño santo de este diorama es un sindicalista moderno que sabe crear influencia y que, sin apearse de las convicciones, es maestro en trenzar complicidades dentro y fuera de sus siglas.
Su prehistoria es la de un chaval de la localidad asturiana de Belmonte, camarero y forofo del Barça, que llegó a Cataluña en 1975 para trabajar en la mítica Maquinista Terrestre y Marítima, entonces dirigida por un paisano que se encargó de llenar la fábrica de “guajes”, denominación de los muchachos en lengua bable, la de su tierra. Álvarez empezó de enlace sindical y, poco a poco, fue rodándose en los matices y trompicones del sindicalismo que mancha, el que se hace a pie de máquina. Esto aún se le nota hoy, cuando se dirige a los trabajadores de una empresa y sabe lo que hay que decir exactamente en cada momento.
No es un sindicalista prefabricado en el despacho del aparato, sino un veterano de la negociación, la presión y el acuerdo. No es un ideólogo ni un gestor, está en el punto medio: es un político de los más intuitivos y eficaces de los que ha dado la Cataluña de la postransción. Aunque a veces parezca demasiado equilibrista. Así, muchos le ven, en un futuro a medio plazo, metido en la política general. Su tirón ya provocó que, para las elecciones catalanas de 1995, el entonces candidato socialista a la presidencia de la Generalitat, Joaquim Nadal, le propusiera ocupar el segundo puesto en la lista de Barcelona. El sindicalista dijo no.
En política, Raimon Obiols fue su referencia durante muchos años y su mentor directo fue, como el de tantos, Josep Maria Sala, el gran hacedor de dirigentes. Álvarez se afilió a la vez a UGT y a la federación catalana del PSOE y luego, tras la unidad de los socialistas, se integró en el PSC. Siendo ya dirigente de la poderosa federación del metal de Barcelona, Álvarez supo unir sectores descontentos y contó con el apoyo del partido para relevar, en abril de 1990, a Justo Domínguez de la secretaría general del sindicato. Domínguez alimentó las fuertes tensiones internas y perdió credibilidad en medio de bandazos estratégicos a la sombra de la crisis vivida en Madrid por Redondo y el Gobierno del PSOE. Había que cambiar.
El aterrizaje de Álvarez en la dirección marcó el comienzo de una nueva etapa que ha fortalecido el perfil propio de UGT de Cataluña, ha pacificado y ha abierto las siglas amuchas sensibilidades más allá de los socialistas (especialmente hacia ERC) y a gentes sin carnet, ha plantado cara a la hegemonía de CC.OO., ha puesto mujeres y jóvenes en tareas ejecutivas, y ha racionalizado, profesionalizado y modernizado los servicios del sindicato.
Su calculada heterodoxia le ha llevado incluso a nombrar como gerente a un militante de CDC antiguo alto cargo de Benestar Social. El Pescadilla, su nombre de guerra, gusta de escuchar y sumar fuerzas, pero no deja que otros le hagan la faena. Por eso le respetan por igual un obrero de la Seat, Pujol, Maragall y Rossell. Y todos le ofrecen oro, incienso y mirra, porque nunca se sabe.