18 dic 2000 El jardí
Un partido puede crecer de dos maneras: como un arbusto en la montaña o como una planta en el jardín. Duran Lleida no tuvo otra opción, en su día, que convertirse en atento jardinero de unas siglas que, puestas a la mera intemperie silvestre, quizá no hubieran soportado las inclemencias de la transición democrática. Unió Democràtica de Catalunya es hoy un partido de jardinería, aunque sus ricas semillas históricas provienen de los agrestes territorios de la política de los años treinta. Convergència Democràtica de Catalunya, en cambio, es un partido más joven, que nació y creció con menos cuidados, más a la brava, basado en el tirón personal de Jordi Pujol y en el olfato de Miquel Roca. Ambas formaciones, Unió y Convergència, se beneficiaron mucho, a partir de 1980, del hecho de ocupar la presidencia de la Generalitat. El pequeño jardín de Unió ha contado, desde hace veinte años, con esta suculenta ventaja. Y ahora, cuando se perfila la posibilidad de perder la Generalitat, Duran piensa cómo preparar el jardín para esta nueva etapa, pase lo que pase.
Esta percepción de que lo más importante es mantener a salvo el jardín ha relativizado, en este último congreso, la cuestión sucesoria. Duran deja en punto muerto su salto a la fama para comprobar que cada cosa está en su sitio. Para cerciorarse de que se protegerán sin problemas sus plantas y sus flores ante las heladas que pudieran sucederse a medio plazo. Como tres años son una eternidad en política, el dirigente democristiano vuelve franciscanamente a cuidar la cohesión de sus siglas, a intentar restañar heridas recientes, a reagrupar las fuerzas antes de una larga carrera final, tan incierta para él como para sus socios convergentes.
Duran, que hace meses tenía un dibujo muy acabado de lo que pasaría este final de 2000, ha corregido su diseño, no su objetivo. Su papel de conseller del Govern de la Generalitat no le ha dado la virtualidad especial que él había imaginado y ahora confirma de nuevo que toda su fuerza está, exclusivamente, en el dinamismo de una Unió capaz de eludir sus debilidades congénitas y atajar sus errores sin perder peso.
Se ha repetido acertadamente que Convergència no tiene pinta de acabar como la antigua Unión de Centro Democrático que, de la noche a la mañana, se volatilizó de la sociedad. De Unió, que tiene una militancia histórica muy fielmente identificada con sus siglas, tampoco habría que esperar la disolución, pero su dimensión reducida plantea la duda sobre pérdidas considerables por los extremos, en caso de tormenta. Así, Duran sabe que dentro de CiU es posible mantener vivo el sueño de sus altas aspiraciones, algo extremadamente incierto extramuros de la coalición, donde deberían pasar demasiadas cosas nuevas a la vez para que Unió fuera requerida como protagonista del espectáculo.
Los jardines son lugares para pasear, no tanto para correr. Puede que Duran no haya tenido esto en cuenta. Ahora ya no importa. Porque todo lo que pasa es a cielo abierto. Con Mas como delfín en CDC y Pujol que todavía no ha jurado que no vaya a presentarse de nuevo a las elecciones, Duran espera que pase algo. Lo que sea, pero algo que le dé nueva inspiración. Incluso que alguien pida el retorno de Roca. No es resignación ni pérdida de ambición, simplemente el atenerse al gran principio de las artes marciales orientales: aprovecha la fuerza que dirige contra ti el adversario para derrotarle sin cansarte. El jardinero Duran se nos ha puesto en plan zen. Recuerden que, como mínimo, es cinturón negro.