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Francesc-Marc Álvaro | ETA i els catalans
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24 oct 2011 ETA i els catalans

A medida que comprendemos la buena noticia que supone el adiós a las armas de ETA vamos repasando lo que este terrorismo ha significado para todos. Desde un punto de vista personal, pienso en algunos amigos míos que, durante algún tiempo, vivieron amenazados por los etarras, a menudo en medio de una notable indiferencia. Desde un punto de vista general, no me quito de la cabeza uno de los datos más paradójicos de este fenómeno, que nos afecta directamente a los que vivimos en este país: el territorio fuera del País Vasco y Navarra donde ETA encontró más colaboradores y cómplices fue Catalunya, que a la vez es la nación donde los terroristas llevaron a cabo los atentados más masivos y graves, como el de Hipercor, el del cuartel de la Guardia Civil de Vic o el asesinato de Ernest Lluch. Son hechos que no debemos esconder. Vale la pena detenerse en esta dura realidad para, después, poder mirar el futuro con una cierta esperanza.

Como se sabe, ETA disfrutó de muchas simpatías durante el franquismo en toda España, por razones obvias. Una vez comenzada la etapa democrática, esta actitud cambió y quedó en evidencia que el fanatismo con pistolas era el principal problema de los vascos. No obstante, algunos sectores minoritarios pero activos de la sociedad catalana mantuvieron una actitud de apoyo o de contemporización con la organización armada, a menudo desde una estúpida admiración por la violencia. Otros, más obtusos, incluso intentaron imitar los métodos de ETA, unos experimentos que fueron rehusados por la mayoría de los catalanes, pero que produjeron dolor y pesadillas, como es el caso de la desaparecida Terra Lliure. Guardo en la memoria discusiones agrias con personas supuestamente inteligentes que, hasta hace cuatro días, jugaban a justificar las acciones de los etarras. Los más notables portavoces locales de esta corriente de apoyo a ETA no han reconocido nunca su error, lo cual me indigna y me entristece.

¿Por qué recuerdo todo esto? Para que, ahora que la paz permite hacer política de verdad, no haya una inflación infantil de vasquitis, tradicional enfermedad catalana que consiste en confundir lo que pasa allí con lo que pasa aquí. En ciertos ambientes del catalanismo, la fascinación ingenua por el escenario vasco sólo crea confusión y nos distrae de nuestra labor. Tengo el máximo respeto por lo que elijan los vascos, pero los catalanes debemos andar nuestro camino. He escrito contra el GAL, la ley de partidos y el cierre de Egunkaria, y sostengo que el derecho de las naciones a decidir democráticamente su futuro no puede ser bloqueado. Pero hay que poner cada cosa en su sitio y advertir también que la nueva dinámica vasca, a causa de rebotes incontrolables en Madrid, puede influir negativamente en las aspiraciones de Catalunya. No nos despistemos.

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