30 sep 2011 Escala de veïns i crisi
La primera experiencia política seria de cualquier individuo es la vida en pareja, como es sabido. Y la segunda, inevitablemente, es la que tiene que ver con nuestra condición de propietarios de un piso en una escalera de vecinos, siempre y cuando uno more en una vivienda de este tipo, y no en un castillo, una masía, una torre con piscina o una casa adosada, habitualmente con perro. Las reuniones de cualquier escalera de vecinos –¡se denominan comunidades, como las autonomías!– son un ejercicio político de los más difíciles, complejos y embrollados que la vida en sociedad nos ofrece. Llegar a soluciones de consenso puede representar esfuerzos titánicos. Seguro que usted, amigo lector, en caso de que viva en un piso, podría explicar anécdotas sobre estas asambleas, que habitualmente se celebran en la entrada de los inmuebles, allí donde los buzones, las luces y los extintores (y quizás alguna planta vagamente natural) ofrecen un paisaje no siempre confortable para la resolución más o menos civilizada de las mil y una contingencias que comporta el hecho de compartir el edificio donde uno duerme y tal vez vive. Ahora, con la crisis, estas reuniones de vecinos se han convertido en uno de los lugares donde más al detalle puede observarse el impacto de la recesión y el paro.
Se dice que los centros de atención primaria, las escuelas y las iglesias permiten conocer con cierta exactitud hasta qué punto lo pasan mal las personas con más dificultades para salir adelante. No lo dudo. Pero insisto en una realidad que todos tenemos más cerca y en la cual quizás no pensamos: los millares de escaleras de vecinos de nuestras ciudades y pueblos. Alguien puede pensar que la crisis va por barrios y que hay zonas donde nadie tiene problemas. Error: es evidente que la crisis golpea duramente a los más débiles, pero también ataca de manera aguda a las clases medias más asentadas, muchos asalariados que, hasta hace tres años, disponían de trabajos de alto nivel bien remunerados. Desde hace meses, estas típicas reuniones de vecinos, a menudo caóticas y confusas, han adquirido un tono sombrío y tristón porque en el transcurso de las mismas se acaba sabiendo que la hija de los del segundo ha dejado de estudiar para ayudar a los padres, que al del ático lo han puesto en la calle con 57 años, o que los empleos de la chica del tercero, a cargo de dos criaturas, son cada vez más precarios y lejos de casa. Ahora, estas asambleas, además de aplazar las reformas porque no hay plata, sirven de espacio de catarsis, aunque también están los que, por vergüenza, disimulan las estrecheces.
Sugiero que nuestros políticos (locales, nacionales, estatales y europeos) dediquen una parte de su tiempo a asistir a diversas reuniones de escaleras de vecinos para comprobar en crudo cómo van las cosas. Sería más ilustrativo que todas las encuestas que se hacen.