28 sep 2011 Governar contra Catalunya?
El diagnóstico es unánime desde Catalunya: el nuevo ciclo político que se abrirá después de las elecciones del próximo 20 de noviembre vendrá marcado por el signo de la recentralización. Esta palabra designa una serie de movimientos, estrategias y decisiones tendentes a hacer de España un Estado mucho más centralista, homogéneo y unitario de lo que es ahora. Hemos tenido diversas pruebas de esta recentralización, surgidas de entornos judiciales, económicos, mediáticos y, obviamente, específicamente políticos. Lo que se avista es bastante inquietante. La reciente polémica sobre la inmersión lingüística en las escuelas catalanas nos ha mostrado que la virulencia de buena parte de los medios de Madrid parece no tener límites, por no mencionar los niveles de demagogia alcanzados a raíz de la última corrida de toros en Barcelona. El espectáculo de la mentira recurrente sobre Catalunya pone los pelos de punta, a pesar de ser parte del paisaje. Pero no quedemos pillados en este ruido. Imaginemos el día siguiente de los comicios, que están muy cerca.
Pensemos en Rajoy, instalado ya en el despacho de la Moncloa, como nuevo jefe del Gobierno. Según todos los pronósticos, el PP obtendrá un resultado holgado, lo cual le permitirá hacer y deshacer con gran comodidad. En la oposición estarán, previsiblemente, unos socialistas desfibrados y sin aliento, a caballo entre la depresión y la agitación en la calle. Mientras, la crisis económica y el paro seguirán golpeando con fuerza. En este contexto, es obligado preguntarse en voz alta –como muchos hacen en voz baja– si Rajoy querrá y podrá gobernar contra Catalunya. Respondamos esta cuestión por partes.
¿Tiene voluntad el futuro presidente de gobernar contra la sociedad catalana? Si hacemos caso de su oratoria, la respuesta es no. Cuando visita Catalunya, además de pasar de puntillas sobre las cuestiones más incómodas, el líder y candidato del PP sólo tiene buenas palabras, sólo hace llamamientos genéricos al diálogo, sólo nos enseña un perfil suave y tranquilo que descansa, sobre todo, en mensajes positivos sobre la reactivación económica. “Garantizo que no la voy a hacer”, afirmó Rajoy hace pocos días en Barcelona, al ser preguntado sobre una posible política anticatalana de su administración. También declaró que “estoy dispuesto a escuchar a todo el mundo”.
No obstante, esta percepción cambia si se está atento a las consignas y gesticulaciones de los entornos más activos de la derecha, que tienen en la cuestión catalana el primer asunto de su agenda movilizadora; de estos ámbitos se desprende que, durante la legislatura que viene, habrá una ofensiva final sobre la anomalía que representa la nación catalana y el catalanismo. ¿Es el heredero de Aznar prisionero de estas pulsiones? No lo sé. Está extendida la tesis según la cual la cúpula del PP sufre la presión de actores radicales que se afanan por dictar las prioridades del campo conservador. Veremos qué pasa. En todo caso, el protagonismo de ciertas voces no nace de la nada, las complicidades entre estas y los actuales dirigentes populares se han dado y se dan. Otra cosa es que alguien piense, dentro de unos meses, que la bestia tiene demasiada vida propia y que puede hacer daño a quien quiere servir.
Después de considerar la voluntad hay que tener en cuenta el poder. ¿Podría gobernar Rajoy contra Catalunya, llegado el momento? Aquí, todo depende de la imagen que proyecte la sociedad catalana. ¿Quiénes somos, de verdad? ¿Somos el pueblo que salió a manifestarse el 10 de julio del 2010 contra la sentencia del Estatut o somos una colectividad pasiva y miedosa que sólo quiere tranquilidad y buenos alimentos, incluso cuando ya no puede pagarlos? ¿Nos resignamos a no hacer ruido y ser residuales –por utilizar el término de Pujol– o nos rebelamos de manera pacífica y democrática? Que cada lector haga su análisis a partir del entorno que más conoce. Supongo que los más inteligentes de los que rodean a Rajoy saben que el nacionalismo catalán es reactivo por definición.
Seamos claros: gobernar contra Catalunya es una tentación muy asentada en la política de ahora mismo. En el PP y al PSOE hay cansancio de lo que ellos llaman “problema catalán”. Aznar le confesó a Zapatero, este pasado verano, que ambos habían cometido el mismo error en sus respectivas primeras legislaturas: querer llegar a una solución para el encaje de Catalunya en España. El primero lo hizo con los pactos del Majestic en 1996 y el segundo con el nuevo Estatut en 2004. El conservador y el socialista coincidieron en que esta actitud comportó demasiado desgaste para sus formaciones y que, sus sucesores, tendrían que buscar una nueva aproximación, muy diferente.
Es mucho más que un puñado de rumores o de sensaciones. Ayer mismo, Miquel Roca, uno de los ponentes en la jornada anual que organiza Esade en Sant Benet de Bages, declaró que “la próxima reforma será la del sistema electoral español y será para enviarnos a galeras a los nacionalistas catalanes”, una posibilidad que hace años estudian los cerebros del PP y del PSOE. Quien fue uno de los padres de la Constitución de 1978 sabe de qué habla. Limitar la presencia de CiU, para hacer irrelevante el peso del catalanismo en Madrid, sería toda una declaración de guerra. ¿Será capaz Rajoy de gobernar despreciando a Catalunya y al catalanismo? Tal vez le toque a Jorge Fernández Díaz, profesional bregado, desaconsejarle estos experimentos.