07 dic 2011 Els ossos del tirà
No hay escapatoria. Vivimos entre los muertos, lo queramos o no. Se puede pensar que la dura crisis económica y social consigue tapar el resto de las cosas que nos rodean, pero eso no es cierto. ¿A quién interesan los huesos del general Franco? La primera respuesta es fácil: a nadie, excepto a los miembros de su familia y a cuatro nostálgicos del régimen. Pero esta es una respuesta tramposa, meramente paliativa. Hay que responder con más atención: los restos de un dictador que marcó profundamente nuestra historia reciente son un asunto que no puede dejar de interpelar a la sociedad. De acuerdo: la mayoría vive preocupada por los recortes, los créditos hipotecarios y la amenaza del paro, pero somos animales históricos siempre, también cuando parece que la historia nos molesta. Franco no interesa, pero Franco sigue siendo un nombre que pesa sobre todos nosotros.
Hace pocos días, se dio a conocer el informe oficial que sobre el Valle de los Caídos ha redactado una comisión de expertos por encargo del Ministerio de la Presidencia. Este informe hace una serie de recomendaciones al Gobierno, a partir del objetivo de llevar a cabo una «resignificación integral» del lugar que «proporcione la relectura completa del conjunto monumental» mediante la cual se exprese «la centralidad de la víctima mostrando documentalmente y evocando simbólicamente el vacío ético que generó la Guerra Civil con la muerte». El principio que inspira a los expertos es el de «explicar y no destruir» para alcanzar la transformación del mausoleo de la dictadura en un verdadero memorial de la reconciliación que dé protagonismo a todos los muertos del conflicto, los de ambos bandos con un trato igual. De paso, habría que intervenir para frenar el deterioro de la estructura del templo y el conjunto escultórico, trabajos que podrían llegar a costar hasta 13 millones de euros.
Con buen criterio, la comisión de expertos advierte que dar nuevo significado al Valle de los Caídos pasa por reservar este espacio únicamente a los muertos de la Guerra Civil, lo cual implica el traslado de los restos del general Franco «al lugar que designe a la familia o, en su caso, al lugar que sea considerado digno y más adecuado». Con respecto a los restos de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange y ejecutado durante la guerra, se recomienda que estos no ocupen un lugar preeminente en la basílica, «dada la igual dignidad de los restos de todos los allí enterrados». Se trata de conclusiones bien razonadas y movidas por el sentido común, pero dejan la pelota a los pies de los políticos. El informe fue encargado por gobernantes del PSOE y debe ser tenido en cuenta por los del PP, que ahora llegan al poder. Alguien ha querido ver ahí un último regalo envenenado de Zapatero a Rajoy. Quizás sí, quizás no. En todo caso, es triste y perverso que cierta derecha y cierta izquierda utilicen a los muertos para preponderar en la pugna democrática.
Más allá de los partidismos, debemos ser sinceros y valientes a la hora de contemplar nuestra historia: ¿cuál es el momento menos malo para reubicar los huesos del tirano para que no ofendan durante más años la memoria de los que perdieron la guerra y de los que fueron víctimas de la represión dictatorial? Todos los momentos son y serán complicados, pero habrá que hacerlo antes de que nos devore la vergüenza colectiva. Los gobiernos centristas de la transición no tocaron los restos de Franco, ni tampoco lo hicieron los gabinetes posteriores que presidió el socialista González. Años después, Aznar no se dedicó a eso y Zapatero, que hizo bandera de la memoria republicana, termina sin haber movido el cadáver del hombre que edificó un sistema autocrático de poder que significó la muerte, la prisión y el exilio para miles de personas. La tumba de Franco sigue siendo el símbolo de una victoria militar que se prolongó durante casi cuarenta años, y esa es la razón por la que no casa con el respeto a la memoria de los vencidos ni con el espíritu democrático. Los que cada 20 de noviembre peregrinan al Valle de los Caídos brazo en alto nos recuerdan que la tumba del general es un deshonor cívico y un residuo tóxico que contamina la convivencia, un lugar oscuro que mantiene abierta la herida de la guerra. El homenaje que los franquistas llevan a cabo anualmente es un festival que no tiene cabida en la Europa de los derechos humanos y la libertad. Y haría bien la Iglesia católica de España si asumiera las recomendaciones de la comisión de expertos.
Problemas presupuestarios al margen, el nuevo gobierno presidido por Rajoy debería hacer todo lo posible para que la derecha española democrática no deje espacios de ambigüedad con respecto a la condena rotunda del franquismo. La remodelación del Valle de los Caídos es una oportunidad perfecta para concretar una actitud más clara del PP en este sentido. Desde el deber ético y la inteligencia, y también desde la necesidad política de marcar distancias con los fantasmas de los entornos sociales y mediáticos supuestamente afines, que mantienen una actitud escandalosamente contemporizadora hacia la dictadura. De lo contrario, los populares siempre tendrán poca autoridad para hacer determinados discursos.
Algunos creen que mover los huesos de Franco es reabrir heridas. A mi entender, la gran herida es seguir tratando al tirano como a un héroe glorioso y benefactor.