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Francesc-Marc Álvaro | Ciència i alta fragilitat
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18 nov 2011 Ciència i alta fragilitat

Joan Massagué, una de las primeras autoridades mundiales en la investigación del cáncer, ha advertido del riesgo de pérdida de la excelencia alcanzada en ciencia de vanguardia en España durante la última década. Massagué ha recordado que los centros donde esta tarea investigadora se lleva a cabo son de creación reciente y «de alta fragilidad». En Catalunya tenemos, tanto en el campo privado como en el público, iniciativas importantes, quizás no lo bastante conocidas por el gran público, que proyectan nuestro país en el mundo y en los entornos más adelantados de disciplinas de gran impacto, como puede ser la biomedicina. La colaboración entre instituciones académicas y empresas también es destacable, aunque algunas veces se critica desde el prejuicio y el desconocimiento, cómo hicieron ayer algunos portavoces de los universitarios en huelga. Hay investigadores que se han convertido en empresarios, una apuesta que no debería ser extraña, si queremos que el concepto «economía del conocimiento» no sea sólo una etiqueta que se pone en los programas electorales para dárselas de moderno.

 Deberíamos hacer mucho caso de las palabras de Massagué. La crisis económica, los inevitables recortes y el tradicional menosprecio hispánico hacia la cultura científica amenazan nuestra verdadera soberanía como sociedad adulta. ¿Si no hacemos ciencia, qué hacemos? Siempre me ha resultado paradójico que los representantes de la cultura artística y literaria tiendan muy fácilmente a la queja cuando ven amenazados sus espacios mientras los científicos, en cambio, se pasan de discretos y de pacientes. Todo es importante para el ciudadano, pero la investigación científica en áreas estratégicas debería estar blindada, incluso en un contexto tan crudo como el actual. Para entendernos, las dificultades del CoNCA generan más ruido y quebraderos de cabeza de lo que haría falta mientras la situación de los investigadores locales no merece la suficiente atención ni de los medios ni de los políticos. La clase política acostumbra a malcriar a los mandarines de la cultura-escaparate pero es de una insensibilidad muy alta –excepto algunos sabios puestos a gobernar como Mas-Colell– cuando hay que impulsar una ciencia fuerte que nos coloque plenamente en el siglo XXI.

 No hace falta ser tecnócrata para saber que el erario no podrá pagarlo todo para todo el mundo y durante toda la vida. La clave de nuestro bienestar futuro reside en saber defender con imaginación y eficiencia el corazón de las conquistas que nos permiten progresar cohesionadamente, dando prioridad a los más débiles a la vez que asumimos que se acaba una época en la cual lo esperábamos todo del Estado. En este nuevo cuadro de complejidades inciertas, la investigación científica sí deberá formar parte del núcleo duro intocable de un sistema más sostenible, más justo y más ágil.

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