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Francesc-Marc Álvaro | Ens porten al 1978
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09 ene 2012 Ens porten al 1978

La voluntad del Gobierno Rajoy de controlar por ley el endeudamiento autonómico, anunciada por el ministro Luis de Guindos en las páginas del Financial Times, sólo puede sorprender a quien no haya entendido que el gran proyecto de la nueva derecha española es regresar al año 1978 para reescribir aquellos capítulos del sistema más incómodos en un sentido recentralizador. Aznar quería hacerlo envuelto con la bandera y a toque de cornetín, y su sucesor lo hace con la coartada de la crisis, administrativamente y mirando hacia Bruselas. Las diferencias entre ambos dirigentes no son de objetivos, sólo de estilo. La canción del nuevo Ejecutivo es aparentemente tecnocrática y el caso de Valencia aparece como un ejemplo oportuno de los terribles daños que, según los ideólogos de la FAES y aledaños, ha generado un modelo de descentralización excesiva.

No nos cansaremos de repetirlo: la UE resquebraja la soberanía estatal clásica y Madrid responde a ello repescando soberanía por abajo. Es un movimiento defensivo del Estado que, además, conecta con las inercias perennes de unas élites españolas que siempre han sentido envidia de la Francia que eliminó en su momento la diversidad interna y redujo la pluralidad cultural a un factor folklórico inofensivo. El soberanismo fiscal catalán tiene su contrafigura en el neocentralismo que divulga una idea muy atractiva para las clases medias de la España castellana: las autonomías son caras y se han convertido en insostenibles.

¿Qué puede hacer el Govern que preside Artur Mas ante esto? Opción a: ir tirando, en medio de la asfixia financiera, quejarse amargamente y esperar a que, dentro de unos meses, Rajoy ofrezca más dinero para salir del hoyo a cambio de que CiU aparque definitivamente la reclamación del nuevo pacto fiscal. Opción b: crear un frente unitario de mínimos con el PSC, ERC e ICV para intentar movilizar a la ciudadanía en defensa de la autonomía financiera y de un nuevo pacto fiscal. Opción c: convocar nuevas elecciones en Catalunya para obtener una mayoría holgada que permita un Govern más fuerte para mantener un pulso con Madrid. La más improbable de todas es la segunda, porque no parece que los socialistas quieran asumir el papel de socios preferentes, a pesar de las buenas palabras de Pere Navarro en el sentido de explorar «un acuerdo estratégico de país». Por lo tanto, quedan dos caminos: resistir la oleada o arriesgarse y mover ficha mediante unos nuevos comicios que otorguen a Mas la fuerza parlamentaria que ahora no tiene.

Es evidente que, en plena crisis, el ciudadano no está ansioso por volver a las urnas, pero hacer política es saber explicar los motivos de cada acto. En contra de CiU está el malestar por los recortes y a favor está el buen liderazgo de Mas, único político catalán que da la cara y habla claro. Ahora bien, para sobrevivir hace falta un poco de audacia.

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