01 feb 2012 Debat d’idees, un mite
Se dice y se repite estos días que el PSOE llega a su 38.º congreso federal sin abrir un necesario debate de ideas. También se subraya que ninguno de los dos aspirantes a liderar la organización ha querido abordar durante la campaña entre las bases socialistas este tan anhelado debate de ideas. La gran carencia de Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón sería, pues, este menosprecio por las ideas, extremo que explicaría, de paso, lo mal que está el partido que ha gobernado España hasta hace pocos meses. Estos lamentos y críticas parece que parten de una premisa que me sorprende: los partidos políticos habitualmente discuten sobre ideas. A mí me parece que eso es falso o, cuando menos, poco fiel a la realidad. Las maquinarias partidarias, en general, aparcan siempre los debates de ideas y se centran en la descarnada pugna por el poder entre figuras y familias políticas.
Pienso ahora, por ejemplo, en el 16.º congreso del PP, que se celebró en Valencia el año 2008 y donde Mariano Rajoy, después de luchar encarnizadamente contra el sector que no lo quería como líder porque lo consideraba blando, fue nuevamente escogido presidente. ¿Recuerdan muchas ideas en ebullición en aquella reunión tan importante de la derecha española que ahora manda? De aquel acontecimiento lo que interesaba era el combate entre Rajoy y sus contrarios, un pulso que fue observado y narrado con el mismo detallismo entomológico con que hoy nos dedicamos a considerar las fortalezas, las debilidades y las miserias de Rubalcaba y Chacón. El debate de ideas en el PP fue tan escaso entonces como hoy lo es en el PSOE.
Los periodistas, politólogos y tratadistas diversos de la actualidad política sentimos una nostalgia perpetua del debate de ideas cuando observamos cualquier escena protagonizada por aquellos que, en democracia, hacen la guerra simbólica que organiza la conquista temporal de las instituciones que gestionan lo que se considera el interés general de la sociedad. En cierta manera, el debate de ideas que reclamamos a los políticos es un mito ilustrado que forma parte de la visión excesivamente ideológica y plana que tenemos del poder los que trabajamos con palabras. Sabemos que las doctrinas sólo son una pata de la política al lado de los intereses, el carácter de los dirigentes y las circunstancias pero insistimos en esperarlo todo de esta dimensión. ¿Por qué? Quizás porque necesitamos aferrarnos a algún guión que nos suministre seguridad y previsibilidad en un mundo de incertidumbres y cambios repentinos. Ahora bien, las evidencias tendrían que hacernos más descreídos respecto de lo que supuestamente piensan los políticos. Tengan presente a Zapatero negando de la noche a la mañana todo lo que antes había defendido para evitar el naufragio de España. Tengan presente a Rajoy subiendo impuestos después de haber repetido en campaña que esta medida sería nefasta.
A pesar de que la política es esencialmente acción y que los gobernantes tienen que ser evaluados finalmente por lo que hacen más que por lo que está escrito en sus programas electorales y ponencias oficiales de partido, sería cínico, falso y demasiado posmoderno concluir que las ideas no tienen ninguna importancia en la política democrática de hoy. Que la derecha y la izquierda tradicionales tengan muchos puntos en común o que la crisis mundial haya dinamitado no pocas tesis no representa que podamos vivir en un mundo donde se pueda gobernar sin entender lo que pasa y sin pensar en ello con cuidado. Cuando digo pensar en este contexto me refiero en el ejercicio indispensable de colocarse ante la realidad con la voluntad de hacer preguntas nuevas sin dar nada por descontado y sin temer ninguna respuesta. ¿Quién debe hacer eso? ¿Cómo debe hacerse?
Los partidos tienen fundaciones que se dedican –o dicen dedicarse– a estas tareas de prospectiva y análisis lejos del ruido táctico de los aparatos pero los resultados obtenidos llegan con poca potencia y poca frecuencia a los que, después, deben imaginar y aplicar políticas concretas. Parece que los que tienen responsabilidades en las administraciones no aprovechan el conocimiento que se genera a su alrededor para tomar decisiones y parece también que la dinámica diaria de gestión –sujeta a la ansiedad de las encuestas y los titulares– se despliegue al margen de cualquier contraste con lo que llamamos el mundo de las ideas. Habría que cambiar maneras de hacer. En este sentido, la mecánica para elaborar los programas recuerda, más veces de lo que querríamos, las leyes del marketing antes que una exploración articulada de los problemas que más preocupan el ciudadano.
¿Debate de ideas? En Europa occidental y desde un partido de gobierno, el último que recuerdo de un cierto nivel fue el que generó la tercera vía que, cocinada por Giddens y otros pensadores, adoptó Tony Blair e inspiró su nuevo laborismo, gracias al cual el centroizquierda gobernó durante una década el Reino Unido. Ni Rubalcaba ni Chacón se han dedicado a eso. El debate de ideas en el PSOE tendrá que esperar y en el PP también.